lunes, 13 de agosto de 2012

El mago - Daniel Frini


La mujer, ataviada con ropajes exóticos, está hipnotizada sobre la cama. El mago hace gestos con sus brazos, que invitan a pensar en un ritual estudiado. En determinado momento lleva las manos hacia el frente y, al juntarlas, una nube celeste estalla junto a un sordo destello de luz. Cuando el humo se disipa, la mujer ha desaparecido.
Los dos hombres, asombrados, miran a la cama vacía y al mago. Uno de ellos tiene un momento de iluminación y exclama
—¡Ya sé cómo lo hizo! —y corre hacia el escenario. El otro lo sigue.
Con cierta brusquedad, retiran el cubrecamas y el colchón, y dejan al descubierto una puerta-trampa en el piso, bajo el elástico de la cama. Se miran. Ambos sonríen.
Abren la puerta y aparece una escalera, la bajan y tal pareciera que se zambullen en el agujero, que los lleva hasta un pasillo, no muy alto y caluroso. Las paredes y el piso exhudan humedad, que les permite ver y seguir las huellas de la mujer en el cemento áspero. Cada treinta metros, una lámpara desnuda cuelga del techo y, más que alumbrar, produce un mudo escalofrío. No se ve el final.
A distancias regulares, alternándose sobre una pared y la opuesta, hay puertas de metal, con su pintura descascarada; pero las huellas se mantienen en el centro del pasillo, entonces no se detienen ante ninguna, ni prueban abrirlas.
Cientos de lámparas después, las huellas tuercen hacia una puerta que está abierta. Los dos hombres entran, sin pensarlo, en una habitación vacía, de paredes de piedra azul que a uno de ellos se le antoja una mazmorra. No hay, siquiera, un mísero tragaluz; y en el techo, muy arriba, parpadea, sin ritmo, un tubo fluorescente. La mujer no está y sus huellas llegan hasta el centro de la habitación y se esfuman. Los dos hombres miran el piso sin entender, y los sorprende el golpe seco de la puerta que se cierra tras ellos. Cuando giran para ver, la puerta ha desaparecido y sólo ven la misma pared en los cuatro lados del cuarto. Gritan, golpean, lloran; pero los dos, cada uno por su lado, tienen el íntimo convencimiento de que nadie, jamás, va a escucharlos.


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