martes, 12 de junio de 2012

Las flores y el hombre - Carlos Enrique Saldívar


El joven se deslizaba calle abajo, buscaba con desesperación aquello que pudiera colmar de dicha un corazón y un alma melancólicos. Esa ciudad inamovible le observaba con desprecio, le intimidaba tanto que sentía el suelo temblar bajo sus pies. No he de preocuparme, se dijo a sí mismo, no debo perder la esperanza jamás. Creyó escuchar una voz que lo llamaba desde un parque, no obstante cuando se acercó para ver de dónde provenía el sonido, se dio cuenta de que era la única persona que estaba en dicho lugar.
Se entristeció demasiado. Decidió detener su búsqueda. Este tipo de sentimiento sublime no está hecho para mí, pensó. Lo mejor será encontrar un lugar donde pasar la noche. Revisó su billetera, podría sobrevivir por algún tiempo.
Pasaron días, semanas, meses, su situación se volvía insostenible. Intentaba conseguir un trabajo, pero siempre recibía los mismos insultos, los mismos reproches. En cierto momento creyó que en el mundo no existía lugar para él. Cierta mañana decidió regresar al parque donde escuchara la incierta voz. Unos niños estaban jugando en el centro del mismo. A un costado, un anciano paseaba a su perro. Una pareja de adolescentes se levantaba de una banca y se encaminaba a la calle aledaña. El muchacho ingresó al área, no sabía qué era exactamente lo que buscaba, empero siguió adelante. Anduvo por unos arbustos ubicados al costado del sendero principal, percibía un delicioso aroma que le atraía con fuerza, ¿de dónde provendrá? Se adentró un poco más...
¿Cómo estás?, le dijo una flor. Era un precioso tulipán. El joven no podía creer lo que estaba viviendo, creyó ver un frágil rostro en el centro del vegetal, unos ojos que le escrutaban con cariño, una boca que se movía con encanto. Anda, dime, ¿qué tal tu día?
Estoy un poco mal, respondió el chico, yo... me siento solo. ¿Quisieras ser mi amigo?
Por supuesto, me llamo Luis, seremos amigos hasta la muerte.
El chico lloró. Su llanto pareció cubrir una cuadra entera, tal vez dos.
La flor se convirtió en el bien más preciado para él, su objeto de afecto por excelencia. Todos los días iba a visitar a Luis, a platicar con él. Fueron los días más felices de su vida.
Cierta mañana no pudo encontrar a la planta. No estaba en su sitio, tampoco se hallaba por ninguna parte. Observó con atención y se dio cuenta de la triste verdad: alguien la había podado. El joven se sumió en la más rayana depresión. Pensó en el suicidio repetidas veces, una vez casi estuvo a punto de cortarse las venas, aunque se detuvo en el último momento. No quería crearle problemas a la casera que le acogía. ¿Quién iba a cargar con su fallecimiento? ¿Quién iba a enterrarle? Hasta para morir se necesitaba dinero. La vida continúo así, intolerable, unos meses más.

Al finalizar el otoño, el chico retornó al parque para respirar el mismo aire que una vez había compartido con Luis, deseaba también recordarlo, el mejor amigo que había tenido. Percibió unas pequeñas risas entre unos arbustos. Con enorme sorpresa descubrió que en el mismo lugar donde hubo conocido a la preciosa flor, habían surgido siete traviesos tulipanes. El joven quedó encandilado con ellos, tenían la belleza de la planta inicial. Hacía menos de un mes había leído un libro sobre jardinería, los consejos y técnicas apreciadas en aquel texto le habían fascinado. Sabía lo que tenía que hacer. Fue al mercado de la zona, compró un objeto que le sería de gran utilidad, regresó al parque lo más rápido que pudo, cortó a los pequeños vegetales y los colocó en la maceta.
Su vida cambiaría desde entonces.
A los pocos días encontró trabajo como jardinero, cuidando una zona agreste. Siempre retornaba a media tarde para cuidar de los pequeños saltarines. Se parecían tanto a él, seres ni masculinos ni femeninos, delgados y ágiles, hermosos por fuera y por dentro. Los criaba con amor y esmero. Se levantaba muy temprano para regarles y cederle un beso de saludo a cada uno. Luego les daba un ósculo de despedida pues debía ir a cumplir su jornada diaria. Durante esos instantes, a plena luz del alba, la alegría le sacudía, sobre todo cuando escuchaba aquella tiernas e invencibles palabras provenientes de siete voces maravillosas: ¿Cómo amaneciste hoy, papá?

Lima, julio de 2010

Acerca del autor:
Carlos Enrique Saldivar

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