miércoles, 6 de junio de 2012

Esta vida ajena - Ada Inés Lerner


Despierto. Estoy despierto. ¿Otra vez? ¡Enfermera! Me despertó con sus manos frías y ásperas como garras y esa voz destemplada más cruenta que sus intenciones.
O quizá no, quizá sea ella, la muerte, que me ataca otra vez en sueños o los sueños que me atacan con su voz roja y batiente, voz de dolor, voz de mi pecho que se ajusta al recuerdo del dolor. No puedo controlar los espasmos y tampoco negarme a que ella me inyecte. Luego vendrá el alivio, lo sé.
Me fastidia la indiferencia con que la muerte maneja mi cuerpo vencido antiguo casi ajeno por estos sufrimientos incontrolables, como si le perteneciera. Todo el dolor del mundo está en mí, yo soy todos aquellos que sufren como yo y dicen que soy único, pero si soy único entonces no soy ninguno de ellos. Dios, Dios, Dios ¿porqué? ¿Porqué no echa a la muerte, enfermera?
—Deberíais amar vuestro dolor, forma parte de vuestro cuerpo y sólo vos lo sentís
¿Quién es esta loca? ¿Por qué me habla así? ¿Por qué estoy yo en este lugar? No deseo estar aquí, odio todo esto sin embargo aquí estoy. Preso, sin cadenas ni rejas, preso digo bien entre sábanas blancas, paredes blancas, hombres y mujeres vestidos de blanco y ¡carajo! ¡qué hace aquí esa enana roja! si hasta yo estoy vestido de blanco.
—Deberíais amar vuestro dolor, forma parte de vuestro cuerpo y sólo vos lo sentís
¿Porqué no me voy de aquí? Todo lo que tengo que hacer es ponerme mi ropa (seguro que está en ese placard) y salir por la puerta el pasillo el ascensor hasta alcanzar la calle. Estoy preso de mi mismo, estoy preso del silencio de la debilidad de este cuerpo, de este cuerpo enfermo que ya pertenece a la muerte, a algún extraviado, a esa enana roja, a esta percepción lenta gradual dolorosa que no guarda relación con mi mente, mi mente siempre atenta.
Enfermera, no abro los ojos ni contesto a sus estúpidas preguntas porque es algo que no quiero darle. Quizá esté enfermo, me siento enfermo, más aún que ayer ¿ayer?, ¿anoche? bueno, no lo sé, antes, antes de ahora, cuando un dolor agudo (ya conocido y tan desconocido) un dolor que viene de afuera. Ay! seguro que fue la muerte, esa enana de rojo, que me clavó una espada plana en el pecho, esa enana ¿cómo no se dan cuenta? esa enana es la responsable de este dolor que me ataca...
—Deberíais amar vuestro dolor, forma parte de vuestro cuerpo y sólo vos lo sentís
Estúpida enana ¿acaso lee mi pensamiento? ¿o estaré hablando en voz alta? No recuerdo cuando comenzó todo esto, debo haber estado inconsciente. ¿Porqué me despierto en este lugar maldito? En este lugar es donde pierdo control sobre mi cuerpo y lo gana esa enfermera que va y viene hablándome a los gritos “gómez, gómez, héctor, me oye” como si yo fuera sordo, quizá la enana sea sorda. ¡Enfermera! sólo tengo los ojos cerrados y la boca apretada para no gritar para no ver la muerte que se acerca, para aguardar, un poco más. Pero soy yo, sí, Héctor Gómez, un hombre cansado, indeciso, un hombre que corría tras estrellas sin alba y fue traído a este maldito lugar contra su voluntad, eso puedo asegurarlo.
—Vamos Gómez, diga ¿cómo está? ¿puede oírme? Seguro que puede oírnos Doctor, Gómez mueva la cabeza para que yo sepa que me oye, Gómez colabore, tengo que voltearlo para canalizarlo, vamos Gómez ayude un poco
¿Quién es la enana? ¡Sáquenla de ahí!, ¿Por qué esa enfermera se fue ahora? Justo ahora. Oiga, enana maldita ¿qué hace? ¿porqué tira de mis brazos? ¿no ve que estoy enfermo? Soy un enfermo y no me interesa lo que venga a venderme, no me toque está sucia no me toque y no sé porqué pueda yo tener interés en sus servicios. ¿Un seguro? ¿quiere venderme un seguro?
—Deberíais amar vuestro dolor, forma parte de vuestro cuerpo y sólo vos lo sentís
A esta enana la envió la perra de mi mujer ¡mi mujer! hace mucho que no es mi mujer ni nada en mi vida pero se enteró ¿cómo se enteró? se enteró y fue suficiente, se enteró y quiere… ¡no queda nada, perra!, ¡perra! vivo de prestado en un cuerpo en un cuartucho en una vida, ¡de prestado!. Insiste la enana ¡enana de mierda!. Déjenme solo estos instantes de alivio, hasta que venga la enfermera a inyectarme otra vez, otra vez, ¿qué hora será?¿lunes martes domingo? ¿qué importa el tiempo en este tiempo en este lugar en este cuerpo?
Quiero que todos se vayan y me dejen solo, preso de este dolor blanco estas sábanas blancas estas paredes blancas y este cielo que ¿porqué pienso en el cielo ahora? no me interesa el cielo no sé si está blanco azul negro, me interesa esta espada que se clava en mi pecho.
—Deberíais amar vuestro dolor, forma parte de vuestro cuerpo y sólo vos lo sentís
Debe ser esta enana porque la espada se hunde no de frente, como lo haría un hombre sino de plano porque la enana no puede alcanzar mi pecho de frente. Dios, Dios, Dios, ¿porqué? Aunque no veo a la enana, preso como estoy de mis párpados cerrados de mis labios sellados de mis brazos caídos pero puedo sentirla saltando sobre mí una y otra vez como si mi pecho fuera un tambor y bom bom bom con voz gangosa esa cantinela estúpida, ¿quién necesita sus consejos?. Vete ya enana, no necesito tus consejos
—Deberíais amar vuestro dolor, forma parte de vuestro cuerpo y sólo vos lo sentís
Esa enfermera que no viene ahora, justo ahora cuando la necesito ¿la necesito? sólo para que eche a la enana y apague la luz la luz la luz para dormir dormir dormir preso de mis sueños sin dolor sueños sin dolor sueños sin dolor...


Acerca de la autora:
Ada Inés Lerner

No hay comentarios.: