domingo, 10 de junio de 2012

Conexión anómala 2 – Héctor Ranea


En mi oficina, un cuadro con una hermosa foto de la cúpula de una iglesia que me acompaña desde hace treinta años, cuelga casi enfrente de mi máquina. Un buen día, me encontré con que de atrás del cuadro bajó, oronda y tranquila, una araña doméstica. Normalmente las dejo pastorear sin molestarlas. Son tan pequeñas que su veneno, aunque potente, es más un arma contra las moscas que contra mí. Al día siguiente pensé que, fue como forma de agradecimiento, que la araña salió de atrás del cuadro, ejecutó una pirueta colgada de la seda y, aunque bastante crecidita, la dejé en paz. Seguía siendo mi aliada en la lucha contra las moscas y su tamaño no me infundió miedo. Pero hoy vi salir de atrás del cuadro una araña que movió todo y que yo, en el breve instante en que me quedé atónito, llegué a calcular imposible que viviera ahí y que sólo viviendo en la cúpula podría explicar semejante tamaño. Cada una de las patas tenía el grosor de mi dedo más grueso y la longitud de mis piernas, la platea con los ojos era mayor que mi cabeza, el abdomen podría haber sido el mío, la cabeza era roja, como tinta en mi sangre. Toda esta prosopopeya para decir que medía más que el cuadro, con lo cual mis sospechas eran fundadas. Corrí hacia la puerta aun sabiéndolo inútil. Me alcanzó en menos del tiempo en que hago brincar los ojos. Y acá me tiene, en la cúpula, armando tramas de novelas de caballeros y damiselas o de guerreros y piratas del Mar Negro que ella entrega a novelistas de todas partes del mundo vaya uno a saber por cuánto. Me trajo la máquina para escribir y un par de cosas más. La vista desde acá es hermosa. Siempre quise vivir en esta ciudad. Eso sí, la comida que me trae es una porquería. Nunca me gustaron las moscas.

Acerca del autor:
Héctor Ranea

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