jueves, 31 de mayo de 2012

Una mina en Urano – Ricardo Giorno


Un infierno congelado, Urano. La calefacción ni la olemos. Y claro, los jefazos jamás vienen por acá, donde los que nos reventamos el lomo somos nosotros, los operarios, los últimos tornillos del reensamblaje. Todo el santo turno dele que te dele pulsando botones. ¿Y para qué? Para que en el momento menos esperado…
—…Un espécimen fluctuante —el clónico me sacó de mis pensamientos—, replantea el hecho de la precognición asistida.
Y lo vi cómo bajaba por sí mismo de la línea de producción. Pulsé SEARCH en la consola de seguridad. Pero no, el resultado me tranquilizó: el anterior y el posterior permanecían en línea. Sin problemas por ese lado, ahora debería atenerme a la búsqueda por disociación programada. Otros errores podrían evitarse.
Y entonces, como si fuera poco, el clónico se arrancó los conectores de un tirón.
—Mis pupilas irradiaron tu pavor —declamó levantando las manos—, y el rayo de la conciencia nos abarrotó de distancias.
Copié en la consola de mantenimiento el número grabado sobre el pecho del clónico, y pulsé SUPR.
—¡Gracias a san Asimov, los jefazos instalaron la autodestrucción! —grité.
Una pequeña parte de mí se sintió avergonzada de la euforia destructiva de la otra parte. Pero bueno, uno es lo que es, y para gustos no hay nada holografiado. ¿Por qué no nos asimilarán los Borg, y se sanseacabó? Yo me imagino una vida sin problemas de vivienda, una vida sin frio ni escasez de alimentos, una vida programada donde nada está de más. Si hasta podría escuchar a los otros como en una radio, y encima sin propagandas.
Ahora el clónico, pobre infeliz, resultaba un charco parduzco cortado aquí y allá por componentes cuánticos. Ordené que esos componentes se guardasen para posterior estudio. Y con respecto al charco biológico, supervisé a los roboperarios mientras lo devolvían al caldero.
Ahora me esperaba una movida de la ostia. El clónico había resultado ser el tercer poeta de la semana junto a cuatro matemáticos, cinco filósofos, dos extremistas y cuatro presidentes de países subdesarrollados. Seguro que la culpa la iba a tener yo. Como siempre.
Difícil la vida del operario: somos el último tornillo de reensamblaje, mientras los jefazos se la pasan de planeta en planeta, de fiesta en fiesta, de androide en androide.
¿Cómo era el ranking de androides fiesteros? Me caigo y me levanto, se me fue de la cabeza. ¡Tanto frío! ¡Tanta hambre! Sería bueno que viniesen los Borg y me rescataran de este infierno congelado.

Acerca del autor:
Ricardo Germán Giorno

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