miércoles, 9 de mayo de 2012

El verdadero orden de la desesperanza – José Luis Velarde


Para algunos la esperanza no existe y la consideran extravagante como un tremendismo propio de personas poco acostumbradas a confiar en sí mismas. Los desesperanzados, como suelen llamarse, consideran que no es necesario armar una batahola de fe cada vez que se enfrentan a un problema. Prefieren ir paso a paso y fortalecerse en su propia confianza. Dicen que es preferible escanciar el vino cuando la cepa es de abolengo y no arriesgarse a beber cualquier producto cosechado en un terreno pedregoso. Bien saben que la tierra áspera no garantiza nada en la vitivinicultura y antes de arriesgarse a probar un vino tibio e insustancial prefieren descubrir sus propios senderos como acostumbra hacerlo cualquiera que se considere buen andante o catador de privilegio.
Este postulado no deja de ser pegajoso en el buen sentido de la palabra. Podría considerarse una delicia vivir o sobrevivir sólo por nosotros mismos. Sin retocar la existencia con adornos como la suerte, las divinidades, los santos o la simple confianza en un designio favorable e indecible.
Simple cuestión de precio existencial.
Supongo que carecer de esperanza debe ser fúnebre para todos aquellos poco familiarizados a confiar en sí mismos.
Para mí todo es cuestión de costumbre. Nací cerca de un templo y puedo decir que me acostumbré al repicar de campanas a todas horas. En ocasiones mi familia recibió visitas que tarde o temprano comenzaban a quejarse del ruido. Mi padre se limitaba a decirles que disponía de un hueco en la pared para acomodar a todos los que deseaban aproximarse al silencio inexistente en ninguna parte. Tras la frase se silenciaban las quejas y no dudo de su eficacia, porque no recuerdo huéspedes más allá de mi adolescencia. Tampoco recuerdo vecinos yéndose a otros rumbos por el repiqueteo de campanas que para los del barrio era como el revolotear de las golondrinas en la primavera. Algo cotidiano que sólo se toma en cuanta bajo circunstancias extraordinarias.
No deseo desviarme del tema de este planteamiento y vuelvo a tomarlo como un tipo celoso en aclarar sus ideas; tal como lo haría un médico legista empeñado en no permitirse errores, pues sabe que sólo así existirá la justicia.
Yo creo que la precisión debe instituirse en nuestras vidas. Sinceramente creo que si rechazáramos toda esperanza bien podríamos aspirar a vivir en un mundo mucho más ordenado y coherente; un mundo pletórico de certezas donde no se permitiera un solo cambio producido por la detestable combinación del azar y de la fe.

Acerca del autor: José Luis Velarde

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