domingo, 13 de mayo de 2012

El tango muerto – Héctor Ranea


Desnuda, la muerta tenía todos los rasgos de haber llegado ahí bailando un tango. El Inspector General de Asuntos Mortuorios, Cáscara Suprema y Ala Secundaria del Eggpunk, se acercó con cautela. A veces estos cadavéricos elementales tenían movimientos bruscos aún sin vida que le resultaban molestos si estaban muy abiertos porque salpicaban. Pero esta elemental, querido mío, estaba tiesa como un caracol. Con el tango la habían cautivado y con el tango la habían pasado al otro lado.
—Una pena, vea Inspector —dijo el alferecio Gris—; muchacha hermosa para su tipo, así muerta no dice nada. Pero viva... ¡las cosas que decía!
—¿Ah, sí? ¿Qué decía, alferecio?
—Decía que el bailarín perfecto era el que con su pierna derecha le sostenía los ochos que ella creaba a velocidad del rayo, tanto que había que filmarla para poder ver luego sus movimientos.
—Y usted —me figuro— tendrá algunas fotos de ella bailando, ¿no?
—Me temo que sí —dijo Gris, cayendo en cuenta de su torpeza.
—Un huevo baila el tango tan mal como una oruga, Gris. No tenía que molestarse tanto como para matarla.
—No fue ninguna molestia, Inspector. Sin querer, la pasé por arriba al hacer los ocho. La estúpida me hizo perder pie.
—¡Si usted no tiene pies, morocho!
—Por eso me dicen el Huevo Morocho del Abasto, pero nunca me habían sacado a bailar —se ruborizó un poco.
—Acompáñeme, Gris. Lo suyo es un caso sencillo de histeria: un huevo bailando el tango, más que huevo es un...
—No siga, Inspector. No me insulte como la tanguera. Por favor.
El Inspector acompañó al homicida a la Seccional de Egg-Policía más cercana. Como recompensa, compartiría un poco de tortilla con el Juez. Caso cerrado.

Acerca de los autores:
Héctor Ranea

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