domingo, 22 de abril de 2012

Las piedras del deseo – Diana Sánchez


Albina tiraba piedras al mar. Con cada piedra iba un deseo atado, escondido. Iba un deseo por demás, deseado.
De noche Albina volvía a la playa, se sentaba en la orilla y miraba el cielo inundado de estrellas. El cielo patagónico, provocativo de estrellas. Ancho, único. Interminable.
Pasaban los días. Los deseos no se cumplían. Albina seguía tirando piedras al mar con esperanza. Con ansiedad. Con rabia. Ella siguió, durante años, tirando piedras al mar con desesperación.
Una mañana muy temprano bajó a la playa. Como de costumbre, buscó una piedra; no la halló. Arrodillada, enterró las uñas en la arena húmeda, sin resultados. Corrió detrás de un perro, tal vez podría darle una pista. El perro entró al agua jugueteando con las olas.
Caminó y caminó sobre los médanos, hurgueteando debajo de los tamariscos. No había piedras. Albina se sobresaltó, ¿acaso, sería ella la culpable?
El sol impiadoso, caía a pique en el mediodía. Haciéndose sombra con la mano, Albina observó el mar. Los rayos solares parecían hundirse en él y atravesarlo. Creyó ver una luz más allá, en lo profundo. Entonces, como un llamado, Albina se sacó los zapatos, el vestido y se internó en el agua siguiendo la huella que dejaba el sol. Encontró, por fin una grieta.
Dudó al principio, pero poseída por el deseo, decidió internarse.
Su cuerpo bailaba en el espacio, resbalaba, inclinándose a uno y otro lado, rozando las paredes azuladas y gelatinosas. Al fin, cayó de rodillas. Tenía las manos agrietadas, el pelo enredado en la boca y los ojos ardientes de sal. Logró arrastrarse, hasta que  pudo verlas.
Y allí estaban. Allí estaban las piedras arrojadas al mar por ella. Unas, apiladas en filas altísimas, otras, desparramadas mezclándose con los corales, los erizos. Allí estaban las piedras, en ese rincón del universo, en ese espacio sin tiempo. Albina se acercó y tomó una en sus manos. De pronto, una corriente helada la hizo estremecer. Los peces nadaban desesperados entrechocándose. De diferentes tamaños y colores, iban hacia ella como un torrente, como en un aluvión. Albina logró subir a la superficie.
La playa estaba lejos. Más acá, una isla. Ella nadó hasta alcanzar la orilla. Agotada, logró aferrarse a las raíces de una palmera descuartizada hasta que, en un esfuerzo último, se arrastró sobre el barro.
Allí permaneció de espaldas al cielo. Albina pudo sentir el pulso de una vida desconocida retumbando desde sus entrañas. Allí encontró lo que había estado pidiendo durante tanto tiempo. Los deseos cubiertos por un rocío dorado, la esperaban. Se fue acercando con cuidado a cada uno de ellos. Los acarició, los probó, los hizo suyos mientras un dolor dulce atravesaba su cuerpo.
La noche intensa, plena de fragancias oscuras, sorprendió a Albina buscando una piedra para arrojar al mar. Ahora, su deseo más ferviente era volver.
La luna amarillenta, ajena, iluminaba aquella vieja y conocida playa lejana… Inalcanzable.

Acerca de la autora:
Diana Sánchez

1 comentario:

El moli dijo...

Muy buen relato, atrapa, seduce llegar al final, me encantó.
Un abrazo.