jueves, 23 de febrero de 2012

Juguemos otra vez - Fernando Puga


Vuelvo vencido a la casita de mis viejos…
Enrique Cadícamo

En casa de mamita hay un banco largo, algunos miembros de la familia lo llaman banqueta. Es un mueble que mandó a hacer especialmente cuando nos mudamos a la calle Potosí, allá por el ’66.
Ella quería un asiento pegado a la pared, de punta a punta, así ganaba espacio en el ambiente y podía colocar la mesa grande, la que esconde dos tablas adicionales que sirven para incluir más comensales si algún evento así lo requiere. El banco en cuestión permite ahorrar el lugar de los respaldos de las sillas; los que se sientan en él apoyan sus espaldas directamente en la pared.
Como lo mandó a hacer a medida, se puede decir que mamá lo diseñó. Tiene la altura standard para un asiento y de un extremo al otro, un mullido almohadón forrado en cuerina marrón recibe a quienes se sientan a la mesa.
Mamá siempre fue una mujer práctica. De ahí que el banco tenga espacio en la parte inferior para guardar objetos varios, principalmente relacionados con la cocina, aunque también se ordenan allí algunos juegos de mesa, ésos que nos reunían en la niñez cuando afuera llovía o hacía frío.
Por debajo del almohadón, se divide en tres partes exactamente iguales. La del centro está abierta y tiene un estante al medio. Las de los extremos tienen puertitas, cada una con su respectiva llave. En una de ellas mamá acomoda bebidas alcohólicas, las que no caben en el aparador del living; en la otra hay vasos de whisky y copas de diversos tamaños. En los estantes del centro es donde están los dados y el cubilete, los naipes, el estanciero, el ludomatic, el teg…
El banco tiene más de treinta años y varias veces hubo que repararlo; los niños no cuidan, patean, golpean… no se fijan. Primero fuimos nosotros, mis hermanos y yo, y luego nuestros respectivos hijos. Entre todos nos encargamos de descuajeringar una y otra vez el banco de mamá.
Cuando voy a visitarla suele ser mediodía. Ella me espera con un plato de comida y mucha charla. Prefiere que le avise, pero si no igual se las rebusca y nunca falta algo rico sobre la mesa. Conoce el arte culinario. En casa de mamá nunca se tira nada. Que sirve para el día siguiente, dice. –Voy a hacer unas croquetas, o un guiso, ¡van a ver qué sabroso!
Sentado contra la pared disfruto como el niño que fui y al terminar, el banco largo me recuesta sobre su almohadón de cuerina, me cierra por un rato los ojos y mientras en sueños orejea mis barajas, decide darme otra oportunidad.
Y me perdona.

Acerca del autor

No hay comentarios.: