sábado, 25 de febrero de 2012

Aguja - Fernando Andrés Puga


Siento un extraño dolor en el ojo. Palpita todo el tiempo. No puedo detener el latido. Acá arrumbada entre el heno aún siento la presión sufrida cuando aquel camello me atravesó.
Resistí cuanto pude pero no logré evitar que el tozudo animal lo consiguiera y una vez dilatada la estrecha abertura no hubo bestia que se privara de asomarse a ver qué había del otro lado. Todos lo hicieron: desde el más ágil de los caballos hasta el más pesado y torpe de los hipopótamos.
Hoy fue el colmo. Se acercó un hombre y estuvo calculando el diámetro, evaluando la rigidez del diminuto óvalo metálico. Dudaba. Por su aspecto parecía un hombre satisfecho; alguien sin necesidades acuciantes: Ropa de buena calidad, piel bronceada, bien alimentado… Supuse que en cualquier momento juntaría el coraje necesario y lo intentaría. La curiosidad termina por doblegar la voluntad del más reacio. Seguramente logrará trasponer el umbral que hay en mi ojo, teniendo en cuenta que hasta el más voluminoso paquidermo lo hizo.
Aunque no sé. Tal vez esa cadena dorada de grandes eslabones que cuelga de su cuello se enrede en mi extremo puntiagudo y se lo impida. Además ya me cansé de este juego, de tanto titubeo, así que preferí esconderme acá, en el pajar del establo. Si tiene tantas ganas de entrar en el reino de los cielos tendrá que encontrarme. No creo que le resulte tan fácil.

No hay comentarios.: