lunes, 5 de diciembre de 2011

Manuscritos salvados de la hoguera – Héctor Ranea


Entré a la pieza y de soslayo la vi y de la sorpresa, casi me caigo sentado. Era el incomparable escarabajo, la reliquia que todo hombre de letras quiere tener: Gregor Samsa convertido en algo parecido a una cucaracha, en la pared de mi biblioteca de noche, seguramente leyendo.
Cuando notó mi presencia con sus antenas o pelos que no sé cómo se llaman, se puso a resguardo entre dos tomos de la Divina Comedia, cosa de bichos.
—¡Salga, hombre! ¡Salga que tenemos que hablar de poeta a poeta!
—Seré poeta, pero sé más por cucaracha que si salgo el horror va a hacer que usted actúe instintivamente y me machaca. Lo sé.
—¡No sea estúpido, mi amigo! ¿Puedo llamarlo amigo? He leído todos sus libros. Creo que me merezco el trato, después de todo.
—¡No puede ser! ¡Pedí expresamente que quemaran todo!
—Y sí; ya conocemos su historia. Pero hizo bien a la Humanidad, aunque su amigo lo traicionara.
—¡Los libros de Gregor Samsa debieron ser quemados! ¡Se lo pedí a Fanta, mirá que se lo pedí!
—¿Fanta, Samsa? ¿De qué estás hablando, cucaracha podrida?
—El Duque de Fanta dijo que quemaría los libros de Samsa —explicaba la cucaracha. —Pero evidentemente no cumplió. ¿Será por eso que sigo con mi condena de andar por el mundo en esta forma?
—La verdad, no leí nada de Samsa, tengo que aclararle. Leí de Kafka, claro. Pero no de Samsa.
—¿Y ése quién es?
—¿Cómo que quién es? ¡El autor!
—¿El autor de esto?
—No; el autor de esto soy yo, pero en un rato. Todavía no lo escribí.
—No lo escriba, se lo ruego.
En eso entra mi mujer, sorda porque le había entrado jabón de la ducha. Vio las antenitas saliendo de los libros, adivinó la situación, aplastó la cucaracha y dándose media vuelta me dijo, airada:
—¿Será posible que te bloquees así frente a una cucaracha de morondanga?
—Esta no era una así. Era Samsa, Gregor Samsa.
—Todas dicen serlo, querido. Tenés que tener más cuidado al dejarte seducir.
—Me ensuciaste los tomos de la Divina Comedia —balbucee.
—Ahora los limpio.
—Por favor, fijate si dejó sus manuscritos por ahí.
—¿Algo más? ¡Ya no sé dónde guardar los manuscritos de estos bichos! Además, los vas a leer alguna vez? Tenemos la biblioteca del baño llena, ¿te acordás?
Bajé la cabeza avergonzado. Era cierto, cada vez leía menos y por más que me parecieran interesantes esos manuscritos de las cucarachas, me divertía más escribir los míos propios. Pero claro, en cuestión de calidad, los de ellas eran superiores. Por lejos.

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