sábado, 5 de noviembre de 2011

El sueño de la bestia - Angélica Santa Olaya


Soñé que estaba en la casa de la bestia. Sus garras tocaban la punta de mis dedos. Preparé las armas y la lengua para recordarle las infancias puestas a la deriva y las tantas manos degolladas. Mis ojos se atascaban en el mar de las palabras por decir. Mis dedos desmenuzaban, casi en silencio, la burocrática minuta. La bestia llevaba una corbata azul celeste con bordados de oro tan larga como su aborregada mirada. Tan larga como los vacios discursos que día a día repetía sin cesar. La palabra urgía por salir golpeando casi la puerta de mis labios. Yo esperaba... esperaba el momento justo, preciso... para saltarle sobre la yugular. Cuando pude abrir la boca las letras brotaron como disparos que rozaron uno a uno su cínica sonrisa. Acomodó su corbata, se levantó de la mesa delante de la audiencia y se fue. Yo corrí detrás de ella con la piel expuesta, afiebrada por el escalofrío que es hijo del terror. De ese terror extraño que nos hace desear el sufrimiento. Corrí desesperada llenándome las uñas de lodo en cada paso. Hundiendo la huella en la membrana del camino. Gritándole mi nombre. Pidiéndole que no huyera. Una espina se incrustó en mi pie. Miré mis garras. Iba desnuda, en cuatro patas, gruñendo como un tigre bengalí. No conseguí alcanzar a la bestia. O tal vez sí. Tal vez corría pegada a la sombra de mis huellas, pero yo no pude verla.

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