viernes, 28 de octubre de 2011

Un velero en el río — Fernando Puga


Abrí. Abrí. Dejame pasar. No seas así. Dale. ¿Por qué estás tan enojada che? No es para tanto. Dale. Abrí. Si no abrís voy a tener que tirar la puerta abajo y ahí sí que vamos a tener un problema. Dale Claudia. Contestame por lo menos. ¿Qué querés? ¿Que me vaya? Por lo menos dame mi celular así me podés llamar cuando se te pase la bronca. ¡¡Claudia!! ¡Contestá por favor!
Seguí gritando hasta quedar afónico. No pude con la puerta blindada. Me senté en el suelo dispuesto a esperar lo que hiciera falta. Alguna vez tendría que salir. A lo mejor en algún momento sospechaba que ya me había ido y entreabría para confirmarlo. Me quedé dormido. Un buen rato creo. Cuando desperté me sentía como nuevo, a pesar de la contractura en el cuello.
Me puse de pie y toqué el timbre, convencido de que la tormenta había pasado.
La puerta se abrió despacio, con un filoso chillido. Ante mí se hallaba una extraña mujer demacrada, vestida con harapos y balbuceando incoherencias. Tenía las uñas larguísimas y mugrientas y el pelo gris hecho un revoltijo; sus tremendos ojos color violeta se detenían en la nada, ni siquiera puedo asegurar que notaran mi presencia; una espesa bruma salía del interior del departamento y el hedor que brotaba lastimaba mis ojos.
Huí desconcertado, sin mirar atrás. Anduve a la deriva durante un tiempo que no alcanzo a precisar; todo el tiempo que mi trastornado corazón pudo resistir.
Hoy salí a pasear temprano, hay sol. Mientras camino por la vereda junto al río, pateo una piedrita. Esta costumbre que tengo desde niño me serena; como contemplar el andar de los veleros. A este río solíamos venir a pescar cuando escapábamos en busca de aventura; aquí aprendimos a soñar con otros mundos. Este es el río donde la conocí.
Mis pasos se detienen frente a una vidriera y veo mi reflejo: sucio, harapiento, desorbitado. Un rostro surcado por el paso del tiempo; una cabeza blanca, una mirada vieja. Cuando vuelvo mis ojos hacia el río, un velero está por desaparecer en lontananza. Allá va. Se mece con la placidez de quien ya no espera nada, de quien se abandona, de quien empieza a sentir que toda la vida va quedando atrás.
Pronto ya no seré más que un punto en el horizonte.

Acerca del autor

No hay comentarios.: