domingo, 2 de octubre de 2011

Terapia despareja – Sergio Gaut vel Hartman


—No sé si lo que me ocurre justifica una terapia, licenciado, pero allá vamos. Lo único que me atrevo a narrarle es lo que sucedió, tal como sucedió. Todos sabemos que la tecnología se ha metido en nuestras vidas, hasta con prepotencia, que llegó para quedarse y modificar casi todo, ¿no? También estoy seguro de que vamos a estar de acuerdo en que el problema de la muerte fue siempre algo delicado. La ausencia… bueno, usted me entiende. Uno lamenta la partida de su esposa, o sus padres o sus hermanos, y no hablemos de los hijos, quiera Dios que eso nunca suceda. Pero ¿qué es lo que nos apena? Lo dicho: que ya no están entre nosotros, que la cosa que se corrompe en las tumbas, en los nichos, no es la persona que en otros tiempos amamos. ¿Me sigue? Veo que sí. Ir a visitar cadáveres no compensa, ¿verdad? Y ahí entra a tallar la tecnología. ¿Qué hicieron los genios del IRSE? Tuvieron en cuenta que lo que nos perturba es que nuestros muertos sean sacados de casa, puestos a pudrirse en un cementerio. ¿La solución? Supongo que usted la conoce, pero lo repito para no perder el hilo. ¿No es maravilloso tener a nuestros muertos queridos en casa, hablándonos con su voz, moviendo sus extremidades gracias a motores silenciosos, con su carne incorrupta gracias a los fluidos refrigerantes que circulan por las cañerías instaladas en sus cuerpos, bien conservados y sin hedor? Hay que agradecerle a la tecnología, ¿no coincide conmigo? Ahora bien: si usted y yo estamos de acuerdo en que esto es algo maravilloso, y si mi esposa consideró que era una gran idea traer a su mamá a vivir a casa, en especial porque yo prometí hacerme cargo de todos los gastos, ¿me puede explicar por qué ahora considera que soy un monstruo? Es cierto que borré las grabaciones alojadas en la teta de la vieja. Pero hasta ella admite que la voz chirriaba demasiado. ¿Qué culpa tengo de que los de IRSE pongan el disco y el reproductor en un lugar tan… delicado? En todo caso, no me parece justo que mi mujer quiera divorciarse por eso. ¿Atada? Y sí, até algunas veces a mi suegrita para que no se mueva tanto; a veces los motores se recalientan y empieza a mover la cabeza, los brazos y las piernas de un modo descontrolado, ¿qué iba a hacer? ¿Y qué tiene de malo que asperje desodorante ambiental? La vieja hiede un poco, salta a la vista, o a la nariz, mejor dicho, a pesar de que IRSE garantice lo contrario. Así que no me diga que no tengo derecho a tomar algunos recaudos, después de lo que me costó el asunto. ¿Un caso extremo de resiliencia? No sé de qué está hablando; no conozco esa palabra. ¿Ah, yo? ¿Yo soy el resiliente? No lo entiendo. ¿Usted y yo, ambos? ¿No me diga? Su suegra… ¡no le puedo creer que…! ¡Qué coincidencia!

1 comentario:

Paula G dijo...

Sencillamente genial... La tecnología vista como propulsora de felicidad, como si todos nuestros problemas existenciales se vieran reducidos a problemas pragmáticos. "Me duele la ausencia", entonces el mercado fabrica presencia. Qué duro leer esto, y pensar que es una ficción...

Paula