sábado, 22 de octubre de 2011

La palabra adecuada - Sergio Gaut vel Hartman & Javier López


—¿Escribimos una nueva minificción, don Eufemiano?
—¡Ya estaba tardando usted mucho, escritor! Adelante, escriba, escriba, que yo protagonizo.
—Realmente no le iba a hacer protagonista de esta. Aunque, por supuesto, le iba a dar un papel importante.
—¡De eso, nada! Yo no me presto más que para prota, que para segundones, ahí los tiene a todos esos... genuflexos, que soportan cualquier disparate que a usted se le ocurra. —Eufemiano señaló hacia la estantería de los personajes secundarios.
—Vamos a ver: usted sabe que estoy contento con su rendimiento, que es un buen personaje, capaz de adaptarse a multitud de papeles y de situaciones. Sin embargo, ya no puedo más con sus tabúes. Estoy cansado de que cambie mis diálogos y busque eufemismos para cada palabra que no le gusta. Como, por ejemplo, cuando en la última micro le hice pisar una mierda de perro y usted me la cambió por una “caquita de can”.
—Es que ya sabe: soy de buena familia. Me educaron así, hay cosas que van contra mis principios y nunca las aceptaré.
—¡Pero don Eufemiano, espabile! ¿Recuerda que le di la oportunidad de conocer a ese bellezón jamaicano en una playa paradisíaca? Cuando se publicó el libro, ¿qué ocurrió? En la escena en la que usted se la follaba, apareció impreso que “llegaron al coito”. ¡Pero por Dios! ¿No le suena feo eso? ¡La palabra coito parece referirse a algo doloroso, nada placentero!
—No se trata de que suene lindo o feo. Follar es un verbo grosero, de guarros, de gamberros; una obscenidad, qué quiere que le diga; solo los sinvergüenzas hablan así, las mujeres de la vida, los matones, mafiosos y cafishios.
—¿Cafishios? ¿De dónde sacó esa palabra, don Eufemiano?
—De Buenos Aires. Estuve allí en el 78, cuando se jugó el Mundial de Balompié.
—Mire usted, balompié. ¿Y qué significa cafishio? Me parece que puedo sacarla por contexto, pero para estar seguro...
—Cafishio es proxeneta, chulo, el que vive de las minas.
—¿De la explotación minera? No entiendo...
—Las minas son mujeres, en el Río de la Plata.
—Esta vez sin eufemismos, entonces.
—Palabra con todas las letras.
—O sea que no es un eufemismo —traté de asegurarme.
—¡En absoluto!
—Vayamos por allí, entonces, si eso le hace sentir cómodo.
—¿Por dónde?
—Por Buenos Aires. Escribiré un cuento ambientado en ese lugar.
—Usted nunca estuvo en esa ciudad —protestó Eufemiano.
—Eso lo hace gracioso. Usted me ayudará con sus eufemismos. ¿Le parece?
—¿Y dónde empieza? —Eufemiano comenzaba a entusiasmarse.
—En el quilombo, ¿no?
—En una casa de citas, o de tolerancia, querrá decir.
—En el prostíbulo...
—¡Qué asco! Promiscuidad, impureza, extralimitaciones...
—¡Hombre, que no es para tanto! Pero avancemos. Hay unas putas...
—¡Alto! ¿Cómo que putas? Querrá decir señoritas de dudosa reputación.
—Eso. Reputas.
—¡Escritor! Así no puedo trabajar. Me desconcentra usted con sus salidas de tiesto. ¿De verdad pretende que por este camino podamos llegar a algo, a representar una ficción digna?
—¡Déjese de dignidad, Eufemiano! ¡Que no estamos para eso! Yo trataba de hacer algo divertido, irreverente, un after hour ficcional. Pero cuando veo cómo se le agria la expresión cada vez que pronuncio algo que no le gusta, me quita las ganas.
—Si me permite, voy a ausentarme un instante. Necesito miccionar porque ya he bebido alguna cerveza de más esta mañana.
—¿Miccionar? ¡Lo que necesitamos es ficcionar! Si lo que quiere es mear, ya sabe dónde está el baño… Vaya y mee.
Y se fue a mear, aunque pareció como si Eufemiano no hubiera encontrado el camino, porque quince minutos después seguía sin regresar. Preocupado, lo busqué por toda la casa, ya que la puerta del baño permanecía abierta y mi personaje no estaba en el sagrado recinto. Ni en la cocina, ni en el dormitorio, ni en la salita de lectura.
Un tiempo después un amigo argentino me hizo llegar un libro traducido del francés: Les bordels de Buenos Aires, firmado por un advenedizo escritor parisino. Y mi sorpresa, a medida que fui leyendo el libro, se convirtió en indignación. Don Eufemiano se había convertido en Monsieur Eufemiénne, un proxeneta mafioso de origen corso que regentaba varios quilombos en Buenos Aires. Pero había una sustancial diferencia con respecto a mi idea: el francés, amanerado y barroco, siempre pone la palabra adecuada en boca del que fuera mi personaje, para que no se sienta incómodo. Cuando termino la lectura me siento hundido, desmoralizado, traicionado. Lo único que se me ocurre es mirar hacia la estantería de los genuflexos, a ver si alguno de ellos accede a participar y se convierte en un personaje útil para mi proyecto de after hour ficcional…

Sobre los autores: Sergio Gaut vel Hartman, Javier López

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