jueves, 8 de septiembre de 2011

Paola tiene miedo - Eduardo Betas


La historia es chiquita vista a la distancia. Cabe en un apenas. Pero se repite una y otra vez como un latiguillo o, peor aún, como un latigazo.
En este caso, le sucedió, le está sucediendo ahora mismo a Paola, 24 años, ojos grandotes, morocha, futura mamá que no sabe dónde está su propia mamá, doña Luisa. La mujer, de apellido Almonacid desapareció hace ya dos semanas de la casa donde vivía, en el barrio Félix Bogado, en San Luis. Y Paola teme lo peor.
Paola vende chocolates en la terminal de ómnibus puntana. Allí se confunde entre pasajeros, apuros, anuncios de partidas y llegadas, chucherías, olor a comida rápida y barata… Un lugar áspero, fugaz, rincón de adioses que parece anónimo para el que viene y va pero que no lo es para el que se queda allí trabajando como Paola u Oscar, su novio.
Ella fue a dar a la terminal antes de que su padrastro termine con ella. Prefirió la intemperie a la degradación. Porque Paola es la protagonista de una de esas historias que parecen calcadas unas a otras y que se escriben con las verdaderas malas palabras: violencia, golpes, abusos, manoseos, amenazas, prostitución…
Y es por su padrastro que teme lo peor. Porque aquí la historia tuerce para el lado donde termina la zona humanizada y comienza el barrial triste de la noche de provincias con sus whiskerías, tacos altos, risas, viajantes y otros etcéteras más o menos salvajes.
Barrial de tipos miserables, como el padrastro de Paola, que se envalentonan con mujeres o con un arma en la mano pero que piden la escupidera y cantan la Traviata entera cuando apenas los tocan en una comisaría. O, peor aún, agachan la cabeza cuando le pega cuatro gritos el puntero político de turno.
Allí, donde la mala vida se codea con la mala muerte, fue a dar doña Luisa, mujer transida, entrada en carnes y una resignación que le percude la mirada de ojos secos. Y de allí también desapareció hace ya más de dos semanas. Y nadie la vio más.
Como tampoco nadie vio más al padrastro de Paola, que desapareció de ese lugar unos días después.
Por eso ahora Paola tiene miedo.
Tiene miedo de no volver a ver nunca más a su madre.
Tiene miedo de volver a ver a su padrastro, porque sabe muy bien que para él, ella es sólo su futuro económico o “su jubilación”, como dijo por ahí, ya impregnado en alcohol en el bolichón donde unos alcahuetes le festejan hasta los silencios.
Paola tiene miedo de que esa vida que lleva adentro sea metáfora cruel de lo caro, lo carísimo que le está saliendo todo en la vida.


Con autorización del autor, extraído de http://palabrar.com.ar/

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