sábado, 13 de agosto de 2011

Zombis de magia química - Daniel Alcoba


Los dioses o misterios petro son los más temibles del vodú –o vudú–, y también los más venerados por los fieles vodunsis de Haití y de New Orléans: Tit Jean, Marinette, Balé Ruzé, y sobre todo Barón Samedi, loa (dios) de la muerte y de los cementerios, son los más invocados.
En la fiesta de los Fieles Difuntos es a éste loa, también llamado Barón La Cruz o Señor Cementerio, jefe de los espíritus de la muerte, pero también con gran influencia en la actividad sexual, a quien veneran las mujeres que se visten para ello de rojo y de negro.
Barón Samedi posee los cuerpos de las mambos, que entran en trance como aquejadas de espasmos musculares en cadena u orgasmos, al tiempo que de sus bocas salen canciones obscenas como hipidos. Las contracciones musculares maduran en danzas lascivas que incitan a la lujuria, y que comportan golpes de cadera, como si bailaran rumbas, mambos o salsas endemoniadas.
Barón Samedi, el loa, el misterio, espíritu de las encrucijadas, se parece al Satán monoteísta. Su vever (icono), es una cruz tombal que tiene una calavera pintada en la parte inferior del brazo vertical, y dos esquemáticas tibias cruzadas debajo, preside las ceremonias más tenebrosas de la magia vodú, en particular, la que permite la reconversión de un ser humano en zombi.
¿Qué es un zombi? Un ser humano a quien se ha dado oficialmente por muerto, pero que sigue viviendo después de haber salido de alguna manera de su tumba, que aparece abierta y vacía en las veinticuatro horas siguientes a su enterramiento.
Diversos testimonios dan cuenta de zombis que vivieron diez o más años después de haber abandonado la tumba. Casi siempre devotos del vodú que trabajaron, vivos y muertos en una plantación de caña de azúcar de Haití, cuyo propietario suele ser practicante del vodú, o al menos contar con un buen bokó entre sus colaboradores. Un bokó es un hungán que hace el camino mágico de la mano izquierda.
Los zombis no suelen hablar con nadie ni darse a entender por escrito, circunstancia que nos priva de los valiosos Diario –o Memorias– de un zombi. Además realizan movimientos y gestos como de autómatas o robots de reciente generación, trabajan gratis –de ahí su interés económico–, comen poco y sin sal.
Hay dos grandes escuelas que explican –¿y también producen?– la metamorfosis de un ser humano en zombi: 1) La química; 2) La espiritualista, o mágica del soplo.
La primera postula que el bokó –hungán diabólico o negro– administra al candidato a zombificar una droga que lo pone en estado cataléptico de muerte aparente. Luego de retirarlo de la tumba lo reanima con otra droga y lo mantiene a base de psicotrópicos preparados con vegetales del género datura. Un procedimiento que recuerda mucho a las actuales terapias farmacológicas de la psquiatría. Wade Davis, un etnólogo especializado en botánica, investigó el tema de los zombis y publicó un libro (The serpent and the Rainbow, Simon & Schuster, Nueva York, 1997) que refuerza a la escuela química. Davis atribuye el fenómeno al llamado veneno del zombi, y pretende haber probado que un zombi no es otra cosa que un ser humano drogado por un hungán maléfico –bokó–, con una mezcla de sustancias de efecto narcótico y anestésico, que el brujo sopla sobre el rostro de la victima a la que se propone zombificar, a los efectos de que ésta absorba el narcótico por aspiración. La mezcla, de gran complejidad, y cuya preparación sería un secreto iniciático del gremio de los bokós, contendría diversos productos de origen animal y vegetal. Entre otros, un pez globo que contiene tetrodotoxina, una sustancia que provoca parálisis general y que reduce a los seres humanos a la inmovilidad absoluta (catalepsia) durante un largo período. La persona bajo los efectos de dicha toxina entra en una especie de coma profundo. El polvo de zombi también reduce el metabolismo humano al mínimo admisible, creando apariencia de muerte real.
Por otra parte, hasta hace algunos años en Haití era posible proceder al enterramiento de los difuntos con gran celeridad, incluso el mismo día del deceso, después de comprobada la muerte. De esa manera resultaba fácil al bokó desenterrar el cuerpo del zombi por la noche, proceder a su reanimación, y contar con un esclavo flamante al día siguiente, ideal para los trabajos más pesados y los peores contratos basura. Un obrero sin derecho a jornal, vacaciones pagadas o aguinaldo, irremediablemente melancólico.

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