lunes, 29 de agosto de 2011

No le pidas peras al olmo – Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


—Espera —dijo Martín Miguel Sánchez de Torrevieja cuando pasaron delante de un árbol de aspecto estrafalario que parecía a punto de caer sobre el camino. Detuvo el auto y se bajó. Alicia Belaúnde, la famosa flebóloga argentina que acompañaba al torero en su viaje a través de las estepas kazajas, también se bajó.
—¿Qué viste de raro?
—Es un olmo —dijo Martín Miguel—, y de sus ramas cuelgan peras.
—No son peras —dijo Alicia—, son barbillas.
—En España serían barbillas; en tu país, mentones. Aquí parecen ser peras.
—Un olmo kazajo que da peras, ¿con o sin barba?
El torero rodeó el árbol y comentó, furioso.
—¿Qué carajo se le puede pedir a un olmo? Nada, ni peras porque siempre tienen peros. Encima la pera la tienen siempre afeitada porque hasta las barbillas se afeitan. No hay caso. Los olmos son egoístas con nosotros, pero cuando nadie los ve, se intercambian manzanas, duraznos y, lo he visto, créeme, patatas. ¿No son turros?
Alicia rió a carcajadas a escuchar la expresión, tan porteña, en labios de Martín Miguel. Eso era lo que más la excitaba del torero: tenía una capacidad innata para enfrentar a un miura o a un olmo kazajo con el mismo coraje, y también para hablar lunfardo o uzbeco, tai y bajo marciano.
—¿Se puede saber qué hacen rodeándome como perros a punto de mear? —inquirió el árbol. Por el tono se advirtió que estaba enfadado.
—Perdón —dijo el torero—. Nos sorprendió ver que de sus ramas cuelgan peras.
—Y más arriba está el resto de las cabezas —replicó el árbol, con la mayor causticidad—. ¿Me van a denunciar? ¿Pretenden que los de la Ley y el Orden me arresten y una corte internacional me juzgue como criminal de guerra?
—¿Denunciar? ¿Juzgar? ¿Condenar? —Alicia se puso un dedo en la boca y empezó a chuparlo—. Tu follaje me ha dado una idea y lo mínimo que podemos hacer es agradecerte, ¿verdad, amor?
Una luz de picardía brotó de los ojos del torero. —No importa si el árbol da peras o turrones; lo que importa es su filosofía.
El olmo asintió, satisfecho. Esos turistas le caían bien. Los dejaría hacer lo suyo y luego trabajaría sobre ellos para incorporarlos a su colección. Que los chacales se ocuparan del resto; a él, como buen olmo, solo le importaban las peras.

Héctor Ranea
Sergio Gaut vel Hartman

3 comentarios:

El Titán dijo...

peras, perones, perón...
Hoy a los árboles no se les puede pedir mucho...

Javier López dijo...

Nunca pedirle peras al olmo resultó tan fructífero... Muy bueno el cuento en general, sobresalientes algunas ideas y frases en particular. Cuando se unen dos fuerzas de la naturaleza, pasan estas cosas.

Ogui dijo...

estamos pidíéndole olmecas al peral y ofrece peroles, aunque sin nada de piedra. ¡Parece que fueran sordos estos perales! Algún día alguien escribirá sobre eso y me temo que también seremos nosotros... aunque tal vez algún amigo nos de sus manos...