martes, 26 de julio de 2011

La oscura senda del extravío - Jesús Ademir Morales Rojas


Mientras se amaban entre la extraña luz tenue del sol, transformada por el eclipse casi culminante, Salvador, lleno de amor y de celos, le dijo a Estrella:
-Sueño estar tan dentro, tanto, que quisiera perderme en ti para no perderte nunca.
Las cortinas se agitaron entre los resplandores del fenómeno celeste, que envolvían por entero, la unión de los jóvenes amantes.
Ella sonrió en las tinieblas.

***

Fue girando hacia la derecha, que Salvador se extravió por completo. Luego de mucho desconcierto, logro hallar, mientras conducía entre cerros, aquel pequeño pueblo. Necesitaba comunicarse por teléfono con Estrella, saber qué hacía ella, comunicarle que estaba ya camino hacia el hogar. Necesitaba escucharla.
Justo a la entrada de aquel cúmulo de casuchas, encontró a un viejo con sombrero indígena, sentado al pie de un árbol colosal.
-¿Sabe donde hay un teléfono público?
Luego de un momento, el viejo señaló- con el brazo derecho-, hacia una construcción disimulada entre matorrales.
-Gracias
Salvador condujo hacia el sitio indicado, mientras se extrañaba cada vez más de aquella soledad inquietante.
El viejo sólo le miró alejarse….

***

Aquella oculta tienda de víveres, estaba sin alguien que la atendiera.
Salvador llamó por información, nadie le respondió.
Afuera, el eclipse estaba a pocas horas de comenzar y, de todos modos, el cielo se notaba extraño ya, como irreal e incierto en su luz difusa.
Inspirado por aquel firmamento perturbador, Salvador se decidió: puso una moneda en el mostrador y se aproximó al anticuado teléfono.
Al pasar, tiró al suelo terroso una revista maltratada: algo en ella le hizo sentir un vuelco en el corazón. Era una publicación pornográfica. En la portada aparecía Estrella teniendo un sexo patético con varios hombres maquillados de payaso. Salvador pasmado, arrugó la revista entre manos temblorosas. La arrojó a un lado. Se apresuró a marcar el número telefónico de su casa, en busca de Estrella. Afuera el viento rugía. Su cabeza era un remolino de alucinadas incertidumbres.
El tono de llamada era como un aullido. De pronto alguien descolgó la bocina al otro lado de la línea.
Una risa burlona e insidiosa le llegó por el auricular.
Él reconoció de quién provenía.

***

Se alejó de aquel sitio a trompicones, abordó su auto torpemente. Salió de allí acelerando a toda velocidad. Sin saber cómo, encontró la autopista principal. Condujo desesperado hacia la ciudad, hacia su casa. Llegó por fin a ella. Ingresó dando un portazo. Buscó a Estrella, llamándola entre el silencio de las habitaciones. Finalmente miró en la alcoba. Allí no había nadie. Abrumado por el dolor se tendió en el lecho, hecho un ovillo. Se abandonó a un sordo sueño.
El eclipse comenzó entonces.

***

Luego, sintió el sinuoso cuerpo de Estrella, adhiriéndose al suyo propio, bajo las mantas. Aquellas formas femeninas, ahogaron en él cualquier cuestionamiento, cualquier reclamo interrogante. Afuera la luz fenecía. Le pareció escuchar que una puerta se abría, en algún lugar impreciso. Ella, con un movimiento, le hizo dejar de pensar.

***

Mientras se amaban entre la extraña luz tenue del sol, transformada por el eclipse casi culminante, Salvador, lleno de amor y de celos, le dijo a Estrella:
-Sueño estar tan dentro, tanto, que quisiera perderme en ti para no perderte nunca.
Las cortinas se agitaron por brisas susurrantes, entre los resplandores del fenómeno celeste, que envolvían por entero la unión de los jóvenes amantes.
Ella sonrió en las tinieblas.

***

-¿Usted sabe… donde hay un teléfono público?
Luego de un momento, el viejo señaló- con el brazo izquierdo-, hacia una construcción disimulada entre matorrales.
-Gracias
Salvador condujo hacia el sitio indicado, mientras se extrañaba cada vez más de la soledad inquietante.
El viejo sólo le miró alejarse….

***

Al pasar, tiró al suelo terroso una revista maltratada: algo en ella le hizo sentir un vuelco en el corazón. Era una publicación policíaca. En la portada aparecía la figura de una mujer asesinada. Era el cadáver de Estrella. Salvador, pasmado, arrugó la revista entre sus manos temblorosas. La arrojó a un lado. Se apresuró a marcar el número telefónico de su casa, incrédulo de lo que había visto. Afuera, el viento rugía. Su cabeza era un remolino de alucinadas incertidumbres.
El tono de llamada era como un aullido. De pronto, alguien descolgó la bocina al otro lado de la línea.
Era como un susurro:
-Despierta.
Él reconoció de quién provenía.

***

Condujo desesperado hacia la ciudad, hacia su casa. Llegó por fin a ella. Ingresó dando un portazo. Buscó a Estrella llamándola entre el silencio de las habitaciones. Finalmente miró en la alcoba. Allí no había nadie. Abrumado por el dolor se tendió en el lecho, hecho un ovillo. Se abandonó a un sordo sueño.
El eclipse comenzó entonces.

***
Luego sintió el sinuoso cuerpo de Estrella, adhiriéndose al suyo propio bajo las mantas. Aquellas formas femeninas, ahogaron en él cualquier cuestionamiento, cualquier reclamo interrogante. Afuera la luz fenecía. Le pareció escuchar que una puerta se cerraba, en algún lugar impreciso. Ella, con un movimiento, le hizo dejar de pensar.

***

-Sueño estar tan dentro, tanto, que quisiera perderme en ti para no perderte nunca.
Las cortinas se agitaron por brisas susurrantes, entre los resplandores extraños del fenómeno celeste, que envolvían por entero la unión de los dos jóvenes amantes.
Ella sonrió en las tinieblas.

***

-¿Sabe donde hay un teléfono público?
Luego de un momento, el viejo señaló hacia una construcción disimulada entre matorrales.
-Gracias
Salvador condujo hacia el sitio indicado, mientras se extrañaba cada vez más de aquella soledad inquietante.
El viejo sólo le miró alejarse….

***
…y entonces el anciano Salvador, con su sombrero indígena, se acurrucó más al pie de aquel inmenso árbol y suspiró, esperando ya, la llegada del próximo extraviado.

***

Risas burlonas.

-Despierta…

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