lunes, 4 de julio de 2011

La dignidad de los necesitados - Elisa de Armas



Desde que despidieron a Don Eladio del banco tras veinte años de servicio, acabaron aquellos tiempos en que, en el momento en que sacaban el contenedor con los desperdicios del supermercado, se desencadenaba una batalla campal. El Boqueras, el Meneítos y la Pelos dejaron de lanzarse como fieras sobre los embutidos y los yogures pasados de fecha y el Mazinger cesó de esforzarse en poner orden al tiempo que embaulaba en los enormes bolsillos de su chaqueta pitanza suficiente para mantener su enorme corpachón y reservar algo para la Marquesa, que se acercaba lenta y temblequeante, empujando el carrito de bebé donde guardaba sus costrosas pertenencias.
Aunque en alguna ocasión tuvo que echar mano de la fuerza persuasiva del Mazinger, Don Eladio consiguió establecer una disciplina cuartelaria entre los indigentes del barrio. En cuanto el contenedor pisaba la calle él se encargaba de extraer los alimentos, dividirlos en lotes equilibrados y repartirlos entre todos. En el caso de que alguien tuviese un especial rechazo o debilidad por alguna vianda, estableció tablas de equivalencia para que se intercambiaran de forma civilizada. La paz reinaba como nunca en el reino de los desfavorecidos.
Desgraciadamente, la crisis, lejos de detenerse, ha aumentado y con ella el número de vecinos desempleados que nos vemos obligados a recurrir a los desechos del supermercado; los víveres han empezado a ser insuficientes. Para evitar nuevas trifulcas, a Don Eladio se le ha ocurrido establecer una pequeña cuota, casi simbólica, que da derecho a participar del festín. Él la administra y se lleva una comisión, al fin y al cabo es justo que se le retribuyan sus desvelos por mantener el orden y el sentido de la dignidad de los necesitados. Mazinger, a quien ha convencido de la importancia de su misión, es ahora el encargado de sacar los productos del contenedor, organizar los lotes, cobrar y abortar cualquier indicio de algarada. Da gloria ver esas colas de gente limpia y aseada que piden la vez con educación y respetan los turnos. Don Eladio pasa pocas veces por la puerta del súper, dicen que está intentado localizar nuevos contenedores en zonas aledañas para abastecernos con mayor abundancia. El Boqueras, el Meneítos y la Pelos, que no pueden afrontar el pequeño gasto que supone nuestra cuota, han tenido que trasladarse al extrarradio. La Marquesa sigue acudiendo a veces, con sus andares achacosos; cuando la ve venir, Mazinger interrumpe sus tareas, le dirige una sonrisa bobalicona y le entrega el poco de jamón de york, la cuajada o el flan de huevo caducados que guarda siempre para ella.

Tomado de: http://pativanesca.blogspot.com

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