miércoles, 6 de julio de 2011

Amores que matan - Xavier Blanco


"Detective privado o agente secreto": siempre respondía lo mismo cuando le preguntaban que quería ser de mayor. No hablaba por hablar, lo decía serio y convencido, con el cuerpo erguido y poniendo cara de espía, desafiante. Luego pasó el tiempo y el calendario dejó caer sus hojas, que se convirtieron en años y, claro, al final no fue ni una cosa ni la otra. Podía sentirse orgulloso: en la vida había hecho de todo. Oficio, ninguno, pero el trabajo nunca le había faltado. Era un hombre normal, sencillo, retraído, esquivo tal vez, pero sin pretensiones. Ahora era diferente. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto. Vivía en una situación de vértigo permanente, en una montaña rusa, sinuosa, que ascendía y descendía a toda velocidad. Sabía que ella lo estaba matando. Pero ya no podía hacer nada, estaba atrapado irremediablemente. Demasiado tarde, ya no podía salir, ¡que carajo!, ni podía ni quería salir.
El cuadro clínico era claro y conciso: ataques de ira, cambios súbitos de humor, trastornos de personalidad, sensaciones de euforia, procesos repentinos de depresión, llanto espontáneo, risa incontrolable, desinhibición, lenguaje soez… Había realizado turismo médico y, con meridiana precisión, los tres galenos que visitó, los tres con bata blanca y mala letra, coincidieron en el diagnóstico: “Tiene usted que dejar de ver tanta televisión. A su edad eso no es bueno para la salud”. Como si fuera tan fácil, ¿que sabrán ellos de la salud?. No bebía, no fumaba, ni siquiera se había casado pues fue siempre muy malo para eso de las mujeres. Si le quedaba algo en la vida por hacer, pensó, era morirse.
Hacía cinco años que se había jubilado y todo empezó como si tal cosa, para pasar el rato. Ahora había días que no se levantaba del sofá ni para dormir; se despertaba al alba y sus párpados caían al amanecer, exhaustos de tantas emociones. El mando a distancia se había convertido en un apéndice más de su cuerpo, en una nueva extremidad, y con un leve movimiento de su dedo índice pasaba del mar a la montaña, del frío al calor, de la risa al llanto, del cielo al infierno... Y así un día y otro mimetizaba aquellos personajes, se travestía y, sin saber el motivo, gritaba, insultaba a la pantalla, explicaba en voz alta sus miserias, respondía en los concursos, lloraba y reía sin parar, en un delirio permanente.
En pleno éxtasis, sintió un dolor fuerte en el pecho y empezó a tener dificultades para respirar. Un frío intenso heló su cuerpo, se notó la piel húmeda y una sensación tenue de desmayo que anunciaba el fin, recorrió su ser. Su corazón latía de manera anormal, su válvula mitral empezaba a fallar de forma irremediable. Era un infarto, lo sabía, lo había escuchado mil veces en un programa matinal. Antes del último suspiro, cuando ya su cuerpo no respondía a las órdenes del cerebro, su dedo índice tomó vida propia y apretó el botón de apagado, la televisión dejó de emitir y un silencio sepulcral acompañado de un terrible olor a muerte invadió la estancia
Xavier Blanco 2011.

Tomado del blog: Caleidoscopio http://xavierblanco.blogspot.com

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