jueves, 2 de junio de 2011

Viento (de Meteorología emocional) – Héctor Ranea


Es esperable que el viento se lleve algo esta tarde. Por de pronto se llevó la lluvia. Es un viento procaz, el viento Sur. Le decimos Pamperito por estos lugares, Pampero, Pamperito, depende de cómo nos agarre de atravesados con su sistema de soplar. Si trae fresco después de la lluvia es Pamperito, cariñosamente. Si se lleva las tormentas antes de que caiga el agua... Pampero a secas y si tuviera apellido, se lo pondríamos.
El viento este es procaz, decía, porque hoy vi desde mi ventana cómo le volaba las minifaldas a dos señoras, golpeándoselas contra sus rostros. Es procaz, insisto, porque le da leña para que la cabeza de los chicos y las chicas piensen cosas en estéreo que se resuelven en lugares sin luces brillantes.
¿Qué se llevará el viento esta vez? Este no es como el viento del Oeste (que, dicho sea de paso, acá casi no sopla) en el que si te quedabas inmóvil con el gabán abierto, te sostenía sobre la barranca del río. Tampoco es el viento Norte, que quema los libros de verano en las manos de las señoras que toman sol en el borde de la pileta y le achicharra las molleras a los caballeros que las miran. Este viento Sur es pelado, rompe ramas de rosales, no importa si tienen o no flores (disecadas, por otra parte, en la misma planta). Malhaya el viento del Este. Ahí no quisiera volver a estar. Te envuelve en una nube de agua fina como polvo de oro y te moja hasta el fondo de las tripas tanto que dan frío hasta al fuego del asado. Esos vientos a veces se combinan. Suelen venir a levantar polleras el Sur y ahí nomás el del Este moja lo que no debiera mojar. Y así, todas las combinaciones posibles de mar y lluvia. Pero lluvia no. No llueve. A pesar de los pronósticos, a pesar de los olfatos, a pesar de que me duelen algunas articulaciones (las más baratas, las de titanio no) no llueve.

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