miércoles, 22 de junio de 2011

Devoción - Claudia Sánchez


Hace un par de meses llegó al monasterio, el monje que estábamos esperando. Su aspecto era corriente pero muy carismático. Había amabilidad en sus palabras y en su mirada, sus gestos eran pausados sin ser solemnes. No había mentido cuando dijo que poseía el don de lenguas: pasaba la mayor parte del tiempo susurrando oraciones ininteligibles.
Una noche, el tono monocorde de sus plegarias había cambiado. Parecía estar con alguien en su habitación, contigua a la mía. Si bien no comprendía qué decía, su tono hacía suponer que pasaba por un tormento. Pensando que tal vez estaba enfermo, fui a su cuarto y divisé la puerta entreabierta. No pude evitar mirar a través de ella.
Sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, semidesnuda, encerrada en una especie de triángulo de luz, se encontraba una mujer –ahora lo notaba- realizando un rito extraño que iba subiendo de tono e intensidad conforme sus manos unidas en plegaria subían desde su vientre hasta su cabeza con movimientos sinuosos.
Yo caí de rodillas, hipnotizado. De pronto pude entender lo que decía. El momento del despertar de su Kundalini había llegado. Y el de mi iluminación.
Desde entonces, todas las noches me instruye en el tantra y durante el día oramos en lenguas. Tal fervor hizo que nuestro superior solicitara otro monje al monasterio vecino. La estamos esperando.

Claudia Sánchez

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo dije y lo vuelvo a decir. ESte texto es fabuloso. El prolijo final , otorga una ironía destellante al título... y hasta me animo a decir que un superlativo valor a la mujerlabl

Javier López dijo...

Lo que no ocurra en un monasterio...
Muy bueno, Claudia.

COMMONSENS dijo...

Clau. Excelente.

Lo que no ocurre en un monasterio, dice la amiga, concluyo; ocurre en la libido reprimida o liberada.

Las dos y otras son energía maravillosa.
Lástima no haber podido espiar también, caramba!!!!
Beso
Mario Sorsaburu