sábado, 14 de mayo de 2011

El ángel terrible III - Daniel Frini


El hombre reverenciaba a Rainer María Rilke.
Buscaba el amor como si fuera su patria, con el muy íntimo deseo de que se pareciese a la soledad de su infancia. «La única patria feliz es aquella formada por niños», decía Rilke en sus Cartas; y hablaba de la necesidad de buscarla para encontrarnos a nosotros mismos, lejos del mundo marchito y convencional de los adultos. El hombre remontó la marea de los años y se rodeó de desconsuelo («La tristeza también es una ola»). A pesar de quedar encerrado en laberintos indescifrables, hizo esfuerzos sobrehumanos para salir adelante («Convierte tu muro en un peldaño»), Estuvo en los lugares en los que vivió el poeta: Praga, Sankt Pölten, Worpswede, París, Duino. Un día cualquiera, ya pasados sus cincuenta y en Múnich, encontró su Lou Andreas-Salomé. No se conoce su nombre. Era hermosa.
Viajaron, siguiendo los pasos de Rilke, por Italia y por Rusia, por Dinamarca, Suecia, Holanda, España y Suiza.
Primero fueron amantes. Él le recorría la piel entera con su lengua, degustando sus sabores y sonriendo con cada uno de los escalofríos de ella, en ceremonias que podían durar horas. A su turno, ella jugaba con su boca y le arrancaba gemidos imperceptibles.

El amor consiste en dos soledades que se defienden, se delimitan y se rinden homenaje.

Luego fue su amante y su amiga. Su hermosura, abonada con una extraña felicidad, crecía hasta que al hombre se le hizo insoportable.

La belleza es el principio de lo terrible. Todo ángel es terrible.
El hombre encontró al amor, a su patria y a la soledad de su infancia. Ella murió. Su tumba está en el cementerio de Rarogne, en Valais. Descansa a pocos metros del poeta.
Ahora, el hombre mira por la ventana. Afuera caen pequeños copos de la primera nevada de este año. Tras los barrotes de la ventana, los jardineros limpian el parque de césped cuidado y amarillo. Más allá, tras las rejas, los autos pasan por la avenida fría, tan lejos del hombre como si estuvieran en Marte. El enfermero de las cinco de la tarde abre la puerta. El hombre ni siquiera le presta atención.

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