domingo, 20 de marzo de 2011

Búsqueda del sucesor - Christian Lisboa


El maestro debía encontrar al hombre, al único que podría reemplazarlo. El tiempo se terminaba, pues eran los últimos días del imperio. Puso sus pocas pertenencias en una mochila y comenzó a recorrer el país. Después de conocer a muchos hombres, conoció a uno y le preguntó:
-¿Por qué lees?
El interpelado bajó los ojos y con un hilo en la voz respondió:
-“Leo para aprender de todos los que han vivido y conocido antes que yo”
El maestro le dio las gracias y siguió su camino. Pasó el tiempo, más de un año, antes de encontrar al segundo.
-Hombre, ¿por qué lees?, le preguntó.
El individuo levantó el rostro con una mirada arrogante y dijo:
-“Leo para encontrar los números que son la llave de las ciencias, la explicación de todo lo que existe”
El maestro continuó su camino sin mirar atrás. Meses después, mientras bebía, halló a uno que lo miró con los ojos llenos de estrellas cuando le dijo:
-“Leo para tejer una telaraña de olvido sobre la maravilla que es el universo del hombre y las pequeñeces que el hombre hace”
El maestro amó a ese hombre, pero no lo escogió. Eran los últimos días. Estaba cansado y se sentía enfermo. Había recorrido todos los caminos y comenzaba su viaje de regreso cuando lo encontró. Emocionado, le preguntó:
-Hombre, ¿para qué lees?
El escogido (pues la intuición del sabio así se lo decía), levantó la vista y lo miró a los ojos sin excesiva humildad, sin altanería. Su mirada no era ansiosa, ni agresiva. Sólo era una mirada inteligente. Y atenta. Lo que pensaba era un misterio tras los ojos grises cuando dijo:
-Leo para entretenerme.
El corazón del maestro latía con rapidez. Al fin, cuando el plazo se terminaba, había encontrado al hombre. Le dijo, con los ojos brillantes por la emoción:
-Vamos. Debo enseñarte algunas cosas.
El hombre lo miró con verdadero interés, quizá con un poco de lástima, y le respondió:
-Lo siento. Hoy estoy muy ocupado.