jueves, 24 de febrero de 2011

Armonía familiar - Antonieta Castro Madero


Cuando por fin oí voces, abrí los ojos. Todo era oscuridad. Estiré los brazos a ambos lados: me hallaba solo. Llevé mis manos por encima de mi cabeza, y entrelazando los dedos por sobre los travesaños de hierro empujé mi entumecido cuerpo en búsqueda de una salida. Mi corazón latía con fuerza. Una mullida y áspera tela cerraba mi paso. Doblando las rodillas pude darme el impulso necesario para deslizarme bajo aquel telón. De inmediato sentí que un líquido frío mojaba mi espalda. Giré, y reptando busqué la lámpara que durante la disputa advertí caer; ahora era mi pecho el que se humedecía. Tardé unos minutos en encontrarla. Al encenderla noté ciertas partes del piso teñidas de rojo. Ya a salvo, agradecí que la cama me hubiera servido de escondite.   
Los hechos que relato ocurrieron hace tiempo —yo tendría alrededor de ocho años—, pero aun hoy, convertido en un hombre maduro, no he podido olvidarlos. ¿Quiénes murieron? Mis padres. Él se encontraba boca arriba con un profundo tajo en la garganta y una expresión lastimera en sus ojos.  Ella, una sugestiva leona, tenía la cara deformada por los golpes. Sostenía en la mano, con las uñas aferradas en el mango, un cuchillo. No sé por qué recuerdo que sus pezuñas destellaban pintadas de rosa. 
Nunca supe quién de los dos murió primero. Seguro que aquellos policías que se paseaban por el cuarto moviendo la cabeza en señal de desaprobación o de la indiferencia que da la costumbre, lo sabían. Pero ni aun con el paso de los años me importó.
Olvidados de mi presencia en la escena, aproveché el tiempo para recorrer el rostro de mi padre. Envejeció en pocas horas: gruesas arrugas tatuaban sus facciones, y su bigote se veía tan blanco que se confundía con el tono adoptado por su piel. También observé sus manos: cerradas en un puño demostraban fiereza. A mi madre apenas le eché una ojeada: hacía tiempo que su cara me era desconocida. Nunca se mostró muy cariñosa conmigo, o no todo lo cariñosa que tenía que ser. En un rincón lloré en silencio.  
Me acuerdo de que durante las cenas me convertía en el espectador obligado de nuestro reiterado drama. Metálicos silencios y ásperos gestos se instalaban con mayor frecuencia entre mis papás. Siempre terminaba comiendo el postre en la soledad de la cocina, dando paso a que se desatara la tormenta.  Mi edad no me permitía entender muchas de las palabras, pero la imaginación y algún que otro libro leído en las tardes del verano me ayudaron a comprender. Comprender y negar.
Tomé la costumbre de esconderme. Mi lugar favorito fueron los roperos. Era mi padre quien con paciencia me buscaba y, una vez hallado, con cariño, me murmuraba palabras tranquilizadoras. Pero cuando las discusiones se hicieron más violentas, dejó de buscarme.
Por las mañanas mi madre se levantaba con arrogancia. Ni los escuálidos besos que me daba en la cabeza al desearme los buenos días podían hacerme olvidar las noches. A los pocos segundos la perdía de vista. Por momentos me invadía la certeza de que ella no existía, de que un infame fantasma ocupaba su lugar. Aunque, en más de una ocasión al encontrarla en la cocina preparándose un cóctel de pastillas, me apenaba: al fin y al cabo no dejaba de ser mi madre.
Los pocos momentos de gozo ocurrían cuando mi padre llegaba del trabajo. Vestidos con unos viejos shorts, los dos practicábamos boxeo en la parte trasera de la casa. “Nunca descuides tu cara”, me decía pegándole con todas sus fuerzas a una bolsa de arena. “El brazo que lanza el golpe debe valerse de un puño firme para lograr porrazos precisos. El otro recogido, siempre cubriendo”. 
Todo este buen momento se perdía cuando escuchábamos que llegaba mi madre. Mi padre me tomaba de la mano apretándola con fuerza. Ella nos observaba con la cabeza inclinada: su cabellera caía en forma majestuosa sobre su hombro. Era en esos segundos cuando la encontraba hermosa. Pero el dolor que mi padre provocaba en mis dedos me hacía recordar que él estaba sufriendo; los llantos de papá rogándole que no lo abandonara venían a mi mente. “Son todas iguales”, me repetía con una sonrisa que me llegaba a dar miedo por lo siniestra, como si de repente fuera capaz de asesinar a alguien.

Mi esposa me abraza con cariño por la espalda, y sin soltarme me dice:
—¿Pero cómo? Siempre me dijiste que murieron en un accidente de tránsito.
—No me gustó discutir ayer delante de los chicos.
—Tratemos de que no se vuelva a repetir —me susurra volcando su rubia melena sobre mi hombro—. Pero ahora comamos. Aprovechemos que estamos solos para mimarnos y conversar.
—Sería bueno. Me siento muy cansado.
Noté, mientras ella preparaba la mesa, que sus uñas ostentaban el mismo color rosa furioso que le vi a mi madre. No pude evitar cerrar el puño.
Dicen que me parezco mucho a mi padre. Será una larga noche.

13 comentarios:

candelaria del piano dijo...

Muy bueno! Me atrapó

Unknown dijo...

Del principio al final me tuvo al vilo!! Muy buen cuento. Felicitaciones!!

Alvaro Cuevas dijo...

Me pareció perfecto, un verdadero escalpelo abriendo una herida mal curtida de nuestra cultura. Lenguaje de violecia y tensión contenida y por sobre todo, de un vívido rosa furioso.

Alvaro Cuevas dijo...

Me pareció perfecto, un lenguaje provocador y directo, que logra crear tensión a través de la violencia -contenida- y las imágenes que se recrean con facilidad y vehemencia. Me parece que este cuento opera como un escalpelo que abre una herida -frecuentemente- mal curtida de nuestra sociedad.

Jorgelina Etze dijo...

Muy bueno, Antonieta. La imagen de las uñas rosas me parece muy logrado. Lo rosa nunca me había parecido perturbador hasta ahora.

Marina dijo...

Que bueno el cuento, me encantó! y sobre todo el final, muy bueno!!

Marina dijo...

que bueno el cuento! Me encantó el final!!

Unknown dijo...

No pude parar de leerlo, me atrapó. Las descripciones, buenísimas!!! Te felicito!

Unknown dijo...

Muy bueno me encanto! No pude dejarlo hasta el final, las descripciones buenísimas! Te felicito!

Grupo Siglo XIX dijo...

Me encantó !! está bien escrito, te engancha y atrapa, te da pena, miedo, incertidumbre...!!!un descubrimiento completo para mi. Cuantas personas viven en nuestro interior, no??

Grupo Siglo XIX dijo...

Me encantó !! cuantas personas viven adentro de una, no? me pareció bien escrito, dinámico, tuve miedo, incertidumbre... realmente muy bueno.
FELICITACIONES a mi prima desconocida !!
besos
Valen

Grupo Siglo XIX dijo...

Me encantó !!! cuantas personas pueden vivir en una, no?? está bien escrito, es ágil, te engancha hasta el final. Realmente muy bueno y FELICITACIONES a mi prima desconocida !!!
Besos Valen

Unknown dijo...

Fascinante prima, realmente te felicito. Es sumamente descriptivo! y he sentido hasta el ultimo detalle. Representa vivencialmente la realidad "inevitable"...