lunes, 3 de enero de 2011

La mudanza - Martín Gardella


Un día, mi cuerpo se cansó de mí y me abandonó de golpe. Se levantó, se baño, se lavó los dientes y salió a la calle sin decir una palabra, con el ánimo visiblemente alterado. Yo lo observaba atónito desde la cama, ya que no podía levantarme sin mis piernas. Algunas horas más tarde, escuché unos ruidos extraños en la puerta, como si alguien estuviera forzando la cerradura. De pronto, la puerta se abrió y vi entrar al encargado del edificio con un policía que tomaba notas en una libretita.
–Aquí es donde vivía el pobre hombre –le dijo–. No tenía familia, ni tengo a quién avisar.
–¿Quién les dio permiso para entrar a mi casa? –les pregunté enojado.
Pero no obtuve respuesta. Claro, como no puedo moverme, ellos se burlaron de mí, hicieron de cuenta que no escuchaban mis reclamos, y me dejaron aquí abandonado por varios días.
Hoy recibí la visita de dos hombres corpulentos vestidos con uniforme de una empresa mudadora. Sin pedirme autorización, comenzaron a cargar mis muebles. Ya llevaron la mesa de la sala, la heladera y el sofá. El más corpulento de ellos me apunta con el dedo. “Desarma la cama y cargala en el camión”, ordena, y el otro se acerca con un destornillador.

Martín Gardella

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