miércoles, 1 de diciembre de 2010

Sin palabras - Fernando Puga


Constanza estudia en el jardín a la sombra del sauce que planté el día que nació. Su perro salta en el charco que la lluvia dejó bajó la ventana.
Hamacándome en la mecedora, la de siempre, los contemplo indiferente a través del vidrio.
Este viejo chaleco, esta copa de licor y esta taza de café me ayudan a disimular el frío que Constanza aún no siente.
Abrigado el chaleco marrón, sin botones, ya chingado; bien tejido por mamá hace años para este hijo que hoy se va. Dulce el licor de jengibre y miel que se macera en la oscura despensa de la casa. Llena de tibio café negro la taza decorada con flores.
El pelo me crece por detrás tapando la nuca, pero se cae por delante y no corrijo sus designios. Hay quien pretende hacerme sentir bien, como si bastara con encender el hogar, arroparme o tomar una bebida caliente.
No sé las consecuencias que traerá lo que hice. Atravesó mi boca y la dejó seca. Mis manos tiemblan mientras buscan gritar lo que hice, pero no tienen lengua. Se anuncia ya la náusea que antecede al final.
A mí las palabras me cuestan. Ya se sabe: no soy Borges, ni Rivera. Tampoco quise ser un loro que habla sin conciencia. En el silencio estoy a mis anchas y puedo deslizarme mansamente hacia la nada.
Junto a la mecedora no habrá más que una taza de café vacía, una fina copita de licor a medio beber y una lapicera sin palabras que espera en vano sobre un papel en blanco.

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