martes, 27 de julio de 2010

Un lunes - Javier López


Hoy es lunes, y tenía una reunión importante en la empresa. Junto con otros directivos, íbamos a decidir algunas estrategias comerciales respecto a unos nuevos clientes.
Para acudir a la reunión, la noche del domingo había tendido mi mejor camisa en un pequeño soporte que tengo en el exterior de la ventana de mi habitación. Está prohibido, porque la fachada da a una de las avenidas principales de la ciudad. Pero nadie se iba a percatar, siendo de noche, de la presencia del minúsculo tendedero. Y menos teniendo en cuenta que vivo en un piso veintisiete.
Cuando me he levantado lo primero que he hecho ha sido abrir el ventanal. Recogería la camisa y la plancharía. Ya andaba con el tiempo justo. Y en el mismo momento que abría la corredera, vi que una paloma acababa de dejar un asqueroso cerco sobre mi mejor camisa. Al sentir el ruido de la ventana ha echado a volar, pero mi reacción ha sido tratar de agarrarla para despachurrarla. Con tan mala suerte que mi cuerpo se desequilibró y los pies perdieron el contacto con el suelo, y el peso del torso echado hacia adelante me hizo caer al vacío.
"Estoy muerto", pensé mientras el pavimento de la avenida se acercaba cada vez a mayor velocidad a mi cara. Pocos segundos después, oí un ruido como el que harían una docena de huesos grandes siendo aplastados por un molino de piedra. El dolor era indescriptible, hasta el punto de que ya no sabía si es que los muertos recuerdan el dolor que les produjo la muerte, o estaba vivo y semiinconsciente pero no había perdido la capacidad de sufrir.
Lo último que recuerdo, antes de tomar contacto con el suelo, es a un señor con bigote, gabardina, gafas de pasta y sombrero, que daba un saltito para apartarse cuando yo tomaba contacto con el suelo. "¡Qué susto me ha dado!" —escuché que decía como si yo fuera un atracador que hubiera aparecido de la nada. "Hijo de perra —pensé—, ¿no ve que me estoy matando?".
Sea como fuere, al rato comencé a oír otras voces a mi alrededor. Y, lo que es más extraño, creí que podía ver a las personas que me rodeaban. Efectivamente, ahí estaba el señor del bigote, con gesto circunspecto y casi incómodo; junto a él, una señora muy mayor y pequeñita, encorvada y apoyada en un bastón, que preguntaba: "Hijo, se ha hecho daño". Y yo... "¿señora, usted qué cree?" y... "no me llame hijo", aunque esto último no sé si lo llegué a decir. También había una chica joven que hablaba con un par de amigas. "¡Qué lástima! Es joven y está de buen ver". Y de nuevo la señora del bastón: "Ya he llamado al cerosesentaiuno".
Pocos minutos más tarde sonaba la sirena de una ambulancia y mientras, misteriosamente, los dolores comenzaron a remitir. No del todo, pero al menos no era esa sensación de estar quebrado en mil pedazos que creí sentir al principio. Fue tanta la mejoría que conseguí incorporarme. "¡Ohhhhhhh, esto es un milagro!" —exclamó la viejecita con voz aflautada y temblorosa. Y yo... "sí, señora. Hoy es mi día de suerte: se me apareció la mismísima Virgen".
Entonces pude sentir que un par de tipos fuertes me tumbaban sobre una camilla y, mientras uno me clavaba una aguja en el brazo izquierdo, el otro trataba de inmovilizarme el cuello con un collarín. Con enorme rabia arremetí contra ambos, preguntándoles que qué demonios hacían. "Le he cogido una vía" —contestó uno de ellos. "Le inmovilizo el cuello, puede haber lesiones" —dijo el otro. Y un tercero, que supongo era el conductor de la ambulancia, me preguntó, con la cara pálida ante mi reacción: "Señor, ¿le ocurre algo?". Ahí ya detoné: "¿Que si me ocurre algo? Me ocurre que acabo de caerme de un piso veintisiete, que hoy es lunes y llego tarde al trabajo, y que todos ustedes me están dando la mañana. ¿Entiende?" —le grité.
Afortunadamente tenía el pantalón puesto y dentro del bolsillo estaban las llaves de casa. Me dirigí hacia el portal con toda aquella gente mirando y haciendo comentarios de toda clase. Al menos tuve tiempo de ponerme otro pantalón limpio, buscar otra camisa, que no era mi favorita, y fui a mi maldita reunión de empresa.
El resto del día no ha estado mal, para tratarse de un lunes.

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