jueves, 1 de julio de 2010

La clase de microcuántica – Sergio Gaut vel Hartman


—El arte de escribir microcuentos —dijo el profesor Sarbac— se relaciona estrechamente con una costumbre humana adquirida en la época en que nuestros antepasados vivían en cuevas.
—¿En qué se fundamenta esa afirmación? —interrumpió el alumno Monterroso, irrespetuoso como siempre.
—En que cuando el troglodita despertó, el dinosaurio todavía estaba allí —Monterroso tomó nota; allí había pasta para un sabroso microcuento, pensó.
—¿No se habían extinguido los dinosaurios por entonces? —dijo burlón el alumno Hemingway, a quien le encantaba poner en ridículo a Sarbac.
—Se habían extinguido —bufó el profesor, decidido a no dejarse enredar en las celadas de esos juleganes de las letras—, pero donde hubo fuego cenizas quedan.
—Eso es cierto —consintió Hemingway—. Yo, de las cenizas de una casa en ruinas, recién arrasada por las llamas, rescaté los zapatos de un bebé. ¿Alguien quiere comprarlos? Casi no tienen uso.
—¡Qué tipo insensible! —exclamó Sarbac—. ¿No intentó salvar al bebé?
—Imposible. Gregor Samsa se lo había comido antes de mi llegada.
Sarbac levantó una mano para protestar, pero advirtió que, en el fondo del salón, Chuang Tzu roncaba como un ogro resfriado. ¡Era inútil! Aquellos imbéciles no tenían el menor interés en lo que él enseñaba.
—¡Chino de mierda! ¿Se puede saber para qué carajo asiste a mis clases si se la pasa durmiendo?
—Ay, profesor —susurró despertando Chuang Tzu con una voz abaritoniada que resaltaba su amaneramiento—, soy japonés, no chino, y soñaba algo divino.
—¿Soñabas conmigo? —dijo Monterroso.
—Ay, no, Augusto; soñaba con una mariposa. Pero ahora no sé si eso era la realidad o si lo verdadero es esto y soy una mariposa que sueña que soy yo.
—Las dos cosas —dijo Kafka entrando al aula. Estaba acompañado por dos tipos mal trajeados que parecían guardias de discoteca—. Ellos son Shoredinger y Heinsemberg. Venían a tomar clases de salsa, pero como la profesora faltó los convencí para que aprendan a escribir microcuentos.
Sarbac inspiró profundo. Los tipos tenían pinta de ser de los que caminan por la cuerda floja de la incertidumbre, relativistas hasta el tuétano de los huesos; seguía acumulando incompetentes, pero de algo hay que vivir.
—Pasen y tomen asiento. ¿Tienen alguna idea literaria que deseen desarrollar?
Shoredinger levantó la mano y dijo: —Yo tengo una historia de un gato que está y no está.
Sarbac se rascó la mejilla. —No está nada mal —dijo.
—Cuando el científico se despertó —dijo Monterroso—, el gato ya no estaba allí, o estaba, vaya a saber.

3 comentarios:

Javier López dijo...

Me quito el sombrero que me regaló Chaplin cuando rodábamos "Tiempos Modernos".

Intento de Reina dijo...

Quiero ir a esa clase...
Excelente.

Víctor dijo...

Fabuloso, Sergio. Metiste en una coctelera a unos cuantos clásicos y te salió un cocktel sabrosísimo. Brindo con él por ti. Un saludo.