lunes, 21 de junio de 2010

Mi muerte - Andrés Terzaghi


Todos pensamos que cuando nos morimos de ahí en más perdemos la conciencia, que ésta desaparece para siempre, pero en lo que respecta a mi muerte fue terriblemente consciente y continúo consciente pese a la pulverización de mi cuerpo. Luego de mi última exhalación, estuve al tanto de todo: cómo me metían dentro del ataúd, luego dentro del nicho, las voces de familiares y conocidos que venían a traerme semanalmente flores, lamentos y palabras de recordatorio y cómo éstas voces iban poco a poco espaciando sus visitas: una vez al mes, una vez al año, cada cinco años y así hasta que me olvidaron sea porque también ellos murieron y porque no tiene sentido recordar a alguien por lo siglos de los siglos, a no ser que uno haya sido por ejemplo un renombrado escritor, como pueden ver, este no es mi caso.
Decidí confiar estas palabras a un vagabundo que venía a dormir al cementerio. Una noche lo llamé susurrando en sus oídos. El hombre medio alcoholizado no tuvo recelo en acercarse y pegar el pabellón del oído contra la tapa del nicho, escuchando atentamente fue escribiendo mi dictado post mortem.
El vagabundo dijo que se llamaba Andrés Terzaghi y que había abandonado su continencia civil a cambio de un destino incierto lo llevara a encontrarse con cosas sorprendentes.
¡A buena hora nos encontramos entonces! Le dije. Él se limitó a escribir esto último sin opinar al respecto, al momento preguntó mi nombre con un inocente ¿cómo se llama?
Fíjese en el grabado sobre la placa de bronce.

Miré donde el muerto me indicó. Espantado leí: Andrés Terzaghi, la misma fecha de nacimiento, de mismo padre y madre, mismo lugar de origen, aunque no sabría precisar si mi muerte está esperándome con igual procedimiento.

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