miércoles, 12 de mayo de 2010

Profecías - Christian Lisboa


Un amigo me llamó preocupado por la inusual actividad solar. Me dijo, textualmente:
—¿Tú crees que habrá una gran tormenta solar el dos mil doce?
—Todos los años hay tormentas solares —le dije.
—Pero la NASA dice que habrá una tormenta solar tan grande, que causará la muerte de muchas personas. ¿Será el fin del mundo?
—Espera un momento. La Nasa no ha publicado eso. Tú has leído interpretaciones sensacionalistas.
—¿Podemos conversar? ¿Tendrás tiempo mañana?
—Está bien. Mañana, después del trabajo.
La tarde siguiente, en la Avenida de Las Américas, nos encontrábamos en un café que a ambos nos gustaba. Pedí un Capuchino con un toque de Amaretto. No presté atención a lo que pidió Alberto, pues él me hablaba atropelladamente sobre sus aprensiones. El mezclaba profecías de Nostradamus con la “Profecía Maya”, el calentamiento global, la subida del nivel del mar en dos centímetros, la crisis de la Iglesia Católica, el papa negro…
—¿Cuál papa negro? —le pregunté.
—Obama, pues. Si está clarito…
—Obama es negro, pero no es el papa. Ni siquiera es religioso.
—Cuando se escribió la profecía —me dijo—, el papa representaba el mayor poder terrenal. Ahora, el poder principal del planeta recae en el presidente de USA. La profecía del “papa negro” se refiere a él. Estamos en el final de los tiempos, ¿no lo comprendes?
—Espera un momento, Alberto —le dije—. Estás forzando las cosas. Estás interpretando a tu manera.
—¿Ah, sí? ¿Y qué me dices de los terremotos de este año? ¿Cuándo habían ocurrido tantos temblores de gran magnitud en distintos continentes? ¿Cuándo, ah? Respóndeme…
—Eso tiene explicación. Un gran terremoto causa una perturbación geofísica tremenda. La isostasia…
En ese momento ocurrió. Yo no le estaba mirando directamente, sólo percibí que el voluminoso cuerpo de mi amigo repentinamente desapareció. Así, sin más. Se fundió, como derretido a una elevadísima temperatura. Lo único que quedó del gran Alberto, académico, ensayista, asesor del departamento de Sociología, fue un charco en el piso de no más de setenta centímetros de diámetro. Y líquido en la silla y sobre la mesa, donde estuvo su brazo. Una gota de ese líquido describió una parábola y fue a caer en mi café. Aparté el vaso, espantado. Miré a mi alrededor. Nadie parecía haberse percatado del horrible drama que yo presencié. La vida continuaba normalmente, hasta en sus más mínimos detalles. “¿Así ocurrirán los grandes cambios?”, pensé, “¿sin que la gente lo note, hasta que sea demasiado tarde?”.
Llamé a la mesera y pedí otro café.


Acerca del autor:

5 comentarios:

Unknown dijo...

Maravillosa narración maestro,verdaderamente magistral y deja un buen sabor ése final tan humano de pedir que le cambien el café.

Javier López dijo...

Espectacular, buenísimo cuento.

iris giménez dijo...

muy bueno. saludos.iris

Alexmil dijo...

Christian:
Maravilloso, me encantó!!
Alejandra

Eva dijo...

Maravilloso microcuento.

No veo la necesidad de espanto frente al 2012. El mundo termina todos los días para alguien.