lunes, 10 de mayo de 2010

Ladridos - Andrés Terzaghi


El perro no paraba de ladrar. Los vecinos molestos se quejaban todos los días con el dueño, era inútil, el animal no aprendía de los suaves escarmientos de su humano compañero, ni de los feroces insultos de la gente.
Un día, uno de estos vecinos se preguntó cuál era la causa que hacía que el perro ladrara incansablemente. Comenzó a investigar, a poner atención en cada detalle como, por ejemplo: qué alimentos ingería, su ámbito, las diferentes situaciones de su entorno, otros animales, etc.
Curiosamente el perro poco a poco dejó de ladrar y a observar atento al hombre. Éste se le acercó sorprendido de su silencio y como si esperara alguna respuesta por parte del animal, lo llamaba con silbidos o por su nombre, le hablaba, acariciaba casi con excesiva ternura, le ofrecía alimentos. El perro comenzó a sentirse molestado, acosado por este vecino que durante horas no paraba de hablarle; sonidos que obviamente no comprendía y alteraban su tranquilidad y deseos de ladrar.
En una noche cualquiera, el perro se escapa saltando la verja hacia la calle y va a la casa del vecino tratando de no ser visto por nadie. Entra a su cocina, percibe con el olfato un trozo de pan sobre la mesa. Continúa husmeando y encuentra una lata con un poderoso veneno para ratas. Sus sentidos le advierten sobre la mortífera sustancia, sin embargo, toma cuidadosamente con su boca la lata y vierte el líquido sobre el pan. Luego devuelve el veneno a su sitio y regresa a su casa sin que nadie lo sorprenda.
Al día siguiente, mientras ladraba sin parar, el hombre fue encontrado sin vida en su domicilio, a unos metros de la mesa donde estaba el pan. La policía calificó al hecho de suicidio por envenenamiento.
Otra forma no material de la conciencia, llamémosle espíritu, más precisamente el proveniente del cuerpo envenenado, pudo enterarse a qué le ladraba y por qué. Además de él, otros espíritus de otros vecinos estaban asustándolo vengativamente todo el tiempo.


Imagen (fragmento): Allí, al fondo y detrás, de Teresa Muñiz

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