viernes, 28 de mayo de 2010

La bolsa sin dueño - Samanta Ortega Ramos


Camino por las silenciosas calles de Las Tablas mientras las nubes amenazan con romperse para deshacer el pigmento negro que tan mal les sienta.
Un ruido parecido a la respiración de un animal con malas intenciones me hace girar la cabeza. Es una bolsa que se arrastra por el suelo, nada más.
En la esquina, espero que el semáforo me de permiso aunque no vengan autos.
La bolsa se pone a mi lado y se queda quieta. Me causa gracia. Cruzo. La bolsa también y comienza a arrastrarse por detrás de mí, manteniendo una pequeña distancia de respeto.
Entro a la tienda de alimentación a comprarme un agua del tiempo porque tengo sed y cuando salgo ahí la veo, en la puerta, esperándome. Como es imposible continúo mi camino, pero la bolsa me sigue haciendo el ruido desesperado de animal sin dueño.
Entro a la autoescuela y salgo a la hora y media. Hay mucho viento. Las nubes no aguantan más y yo no llevo paraguas. Acelero el paso. La respiración bronquítica reaparece. La bolsa, que ahora sé que estuvo esperando, me sigue.
Una bolsa-perro. No hay dudas.
Al abrir el portal la bolsa se me pega al tobillo y por más que me la quiero quitar a las sacudidas no hay forma. Parece un pulpo.
La hago entrar a casa disimuladamente. Por suerte no compartí el ascensor con nadie. Una bolsa callejera adherida al tobillo no es nada elegante.
En la cocina se pone a crujir frente al tacho de basura. Pruebo algo: le tiro una cáscara de banana que me acabo de comer. Se la devora al instante. Es una bolsa-perro de basura. No sé cómo se lo va a tomar Eduardo cuando le cuente. Mejor que lo vea con sus propios ojos. La locura es mejor y más divertida cuando se comprarte.
Ahí viene mi gato con el lomo erizado. Mal signo. Es mejor separarlos hasta que se acostumbren a compartir el spotlight.


Sobre la autora: Samanta Ortega Ramos

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