martes, 22 de diciembre de 2009

Al pan, pan - Rogelio Ramos Signes


Hubo una época en la que todos los panaderos quisieron ser originales. Ya no bastaba con los panes tradicionales, con mucha o con poca levadura, aplastados o esponjosos, en diminutos miñones o en alargadas baguetas, en marrasqueta o en cacho. Los consumidores estaban satisfechos, pero los jefes de cuadra iban por más. Así fue como nacieron el pan acéa, con propiedades curativas; y el pan dora, con sorpresas dentro, como un huevo de Pascua resuelto en harinas; y el pan fleto, que se convirtió en el favorito de los más exaltados agitadores políticos; y el cilíndrico pan orama, que ayudaba a ver la vida de forma más amplia; e incluso el pan tera, de gusto salvaje, agresivo y áspero. Pero alguien (siempre hay alguien que se empeña en complicar la vida) inventó el pan demónium, exquisito, adictivo, irrepetible. Y así fue como, con un pie en el cadalso, muchos inocentes aguardaron que la Santa Inquisición les ayudara a borrar sus vicios gastronómicos. ¡Cuánto dolor por un gusto tan mundano!

No hay comentarios.: