miércoles, 4 de noviembre de 2009

La botella – Héctor Ranea



La percanta se avivó de que el chitrulo venía con la tellebo bajo el brazo. Inconfundible. Vidrio verde, líquido violáceo. Entonces lo encaró así, liviana y seductora como siempre había sido, como no podría ser de otra forma.
–Tengo sed, marmota –le dijo.
El galán se acomodó porque el frío lo había puesto medio encogido dentro del perramus, pero incorporándose un poco la miró con ojos bastante rojos, señal de que se había bebido algo de la botella.
–¿Qué querés?
–Te quiero a vos, morocho. –Le dijo la impostora mientras se le acercaba como caminando con zapatos de cera en el hielo.
Se puso una mano en la cadera y se contoneaba haciéndose la gata. El flaco estaba entre animado y aterrado. Sólo le habían pasado cosas más terroríficas entre Constitución y Retiro, pero se las había sabido bancar a lo macho. En este caso apenas podía saber cómo actuar. La naifa parecía dispuesta a todo.
–Antes de empezar con el chamuyo –le dijo a la mujer –explicame qué me vas a hacer y cuánto me va a salir.
–Nene. Te hago lo que quieras, mi amor. Y no cobro mucho. Por ser vos, te dejo que pagués el telo y una yapa de pocos pesos. Lo que quieras con tal de estar con vos.
El tipo era de esos más desconfiados que mula tuerta y no se tragó el verso que le hizo la mina pero dejó que llevara un poco el bastón entonces accedió.
Fueron a un hotel que la muchacha conocía con lo cual al tipo empezaron a parársele las antenas de peligro. Aún así, siguió el juego de la araña y la mosca. En algún momento vendría el mordisco, eso con seguridad, pero la única cosa que tenía que hacer era estar atento.
Después de algunos momentos fogosos en el camastro del telo, el tipo se dio por vencido y se durmió. Que era lo que la mina estaba esperando. Le birló la botella y se tomó dos grandes sorbos. Antes de sentir el sabor amargo y escupir lo que tenía en la boca, ya había tragado lo suficiente.
Entonces el tipo abrió los ojos que estaban realmente enrojecidos y le dijo
–¿No querés seguir tomando la sangre de los zombies, papusa?
La mina no creyó lo que había oído hasta que no pudo creer en más nada. El flaco la desangró, hizo con la sangre de la pebeta una reducción y la metió en la botella.
Desde la primera vez que cazaba minas con esta botella se preguntaba cómo es que caían y no encontraba la respuesta pero bueno, funcionaba y un buen vampiro empirista no podía estar perdiendo el tiempo en filosofía barata.

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