lunes, 16 de noviembre de 2009

Golem en Viena - Héctor Ranea


Pasa todas las noches, guiado por una joven coja. Ella apenas lo puede arrastrar porque a veces extravía la palabra que lo mueve. El Golem pasa por ser un viejo vestido de negro, con barba y cabellos largos, trenzados bellamente y blanquísimos, pintados adrede con un buen minio. El sombrero de ala ancha, rígido, apenas se mueve cuando él camina. Sus piernas son maquinarias complejas, pero sus movimientos casi no reflejan tanta ingeniería y se arrastran con dificultad, rígidas y metálicas debajo del pantalón negro.
Cuando pasa cerca de los muchachos del bar italiano, ellos dicen escuchar la suave canción de la coja que a veces responde una voz triste, grave, que parece ser la del viejo.
Los mozos japoneses de la esquina aseguran que no es humano y la presencia de la hembra coja parece darle un escalofriante valor de verdad a su aseveración. Lo cierto es que nadie nota que cada vez que sale de su casa, un cuervo inquieto se transforma en gárgola de piedra gris, como su lomo.
Cuando lo pude ver, la camisa blanca se destacaba sobre el fondo negro de su traje y el negro paño vienés de su sombrero. Caminaba mal, apenas se mantenía en equilibrio, rolando como una nave mal estibada en cada paso. Ella lo sostenía aún con su cojera pero con la desesperación pausada de quien se enfrenta a un cataclismo.
De pronto, la campana desafinada de Juan de Nepomuk pareció despertarlo. La joven escribió algo sobre un papel pardo hecho con sisal de momias y se lo enfiló en la boca al viejo que comenzaba a pisar sobre cada paso. Entonces el viejo volvió a su inconsciente caminata, como antes de la campanada.

3 comentarios:

Javier López dijo...

Fascinante...

Ogui dijo...

Gracias Javi, La escena es casi como la vi, pero precisamente, por lo que ví, sería vacilante... jjee

Javier López dijo...

El hecho de que la vieras o la soñaras no importa tanto Héctor. Lo increíble es que yo la haya visto también, sin haber estado allí, a través de tus palabras.
Sigo fascinado...