miércoles, 23 de septiembre de 2009

El Rey del Refrigerador - Jean-Pierre Planque



Soy Melzar Rahmdi, el Rey del Refrigerador. Soy quien cuida la pasta cuando Jordi sale. Me pagan para eso. Bien, digo pago, pero… No quiero decir nada contra Jordi, pero es un poco insuficiente… En realidad, el reparto depende de lo que él traiga de sus expediciones nocturnas. Regla número uno: cerrar. Número dos; esperar que consiga lo más posible. Número tres: sobre todo, no ponerlo nervioso.
Tengo la escopeta recortada bien asegurada entre los dedos del pie. Y los ojos atentos. ¡Ni pensar en picotear la comida de Jordi ! Veo la puerta de la cocina en el visor, con el pasillo delante, como en una serie televisiva. La cocina está a oscuras, el pasillo iluminado. Tengo un paquete de cigarrillos a mano. Nada de alcohol. Malo para los reflejos…El alcohol está en el refrigerador, al fresco. Es para la fiesta. Cuando Jordi vuelva. En fin, no siempre… Solo cuando está satisfecho de su noche. Lo que es decir prácticamente nunca. Pero es mi compadre... Casi como mi hermano. Sin exagerar, sentiría mucho que no regresara algún día. Mejor no pensar en eso. ¡Trae mala suerte! Acomodo el almohadón que puse bajo mis nalgas. Me duele el culo, como quien dice. Voy a fumarme uno. Tengo la impresión de que esta noche va a ser tranquila. No como la última, con el mocoso y su historia del gato…
La vida es difícil en los suburbios. Ya no me acuerdo quien lo dijo, pero es cierto. La miseria por todos lados. Los comerciantes se dejan matar por tres euros. No se encuentra más nada para comer. A partir de las seis de la tarde, todo está cerrado. En las terrazas de los cafés, te arrancan la hamburguesa de la garganta, te arrebatan el vaso de cerveza o el paquete de puchos. El fulano salta sobre una moto robada, ¡y adiós!
Ayer a la noche, como siempre, vigilaba el refrigerador de Jordi. No sabía por qué, pero tenía como un presentimiento. Él había salido por negocios, como suele decir. Deambulé un poco por su casa. Sí, mi compadre tiene una que heredó de su familia. El no vive en una barraca HLM, pero a pesar de eso no es un privilegiado. La última vez que lo llamé así, fue para morirse de risa. Me encajó una que me hizo escupir sangre. Enseguida me habló de su padre y su madre, de su exilio y su vida acá. Se habían matado trabajando por él. ¡Los imbéciles ! Pero me cuidé bien de decirle que habían sido unos tontos. No tenía ganas de que me diera otra, pero de todos modos… ¿De qué les sirvió, a sus viejos, trabajar toda la vida para unos patrones? Se dejaron joder, sí. Su casa es pequeña. De hecho, está en la otra punta de los HLM, rodeado por otras viviendas idénticas.
Bien, deambulé, como decía, revisando a izquierda y derecha las piezas de arriba, sin tocar nada. De todas formas, no había qué meterse en el bolsillo. Jordi sabe esconder bien todo lo que tenga algún valor. Y delante del refrigerador, normalmente, estoy yo, con la escopeta recortada. Por la ventana, miré hacia afuera. La calle mal iluminada, la reja mal cerrada, el jardín invadido por el pasto. Fue entonces que las vi. Dos siluetas que se desplazaban entre los arbustos. Hacia la escalinata…
Hice honor a mi puesto. Sentado delante del refrigerador, la escopeta entre las patas, tranquilo. Decidí no arriesgarme, esperar. Cuando los vi moverse en la entrada, hice lo mío. Alguien se puso a chillar. Le había acertado de lleno. Entonces una voz juvenil gritó:
—¡Señor, señor! Mi amiga está herida, tiene sangre en todo el cuerpo... Solo queríamos leche para nuestro gato
Trece, catorce años, pensé. La cagaron. A su edad, yo estaba todavía en lo de mamá, aguardando días mejores…
Esperé el regreso de Jordi.


Título original: Le Roi du frigo
Traducción del francés: Olga Appiani de Linares.

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