martes, 18 de agosto de 2009

Un beso frío y breve - José Luis Vasconcelos


La pensé muchas veces, durante años. No tenía la menor idea de que un día pudiera aparecer así, de la Nada. Mi cara de bobo en su pupila, luego ella rozó mis manos suavemente. Mi rostro entre sus manos era un melón y luego depositó el beso más frío y breve que he sentido en mis labios. Años después la volví a ver. Estaba justo detrás de mi prima Minucia, colocando un par de alas en su espalda. Estaba enfrascada en sus labores porque no se inmutó con mi presencia. Quise correr hacia ella, reclamar su actitud y cuestionar su labor. Mis pies eran plomo, mi pensamiento flotaba entre la idea y el sueño. La veía de perfil, concentrada en eso de poner alas, de presionar suavemente con la yema de los dedos sobre las partes que se abultaban y que daban una ligera idea de imperfección. Minucia volteó para despedirse de mí y su mano se aferró a la de ella. Entonces se percató de mi persona y sonrió. Sus dedos rozaron una de las alas, con gracia desprendió una pluma y la aventó hacia mí. Luego empezaron a volar, se fueron haciendo más pequeñas entre esa combustión de nubes. Desde entonces llevo la pluma prendida en mi sombrero. Cuento -a quienes me preguntan- que esta pluma cayó entre mis manos cuando dos águilas blancas peleaban en las alturas y que, además, posee ciertos poderes porque los temores se alejan cuando me abanico con ella. Hace como un año la volví a encontrar al cruzar una calle. No había cambiado gran cosa, si acaso el peinado. Caminaba de prisa, con esas piernas largas y blancas que nunca he mirado en otro ser. Alcanzó al viejo gordo del bombín y se metieron al café de chinos, frente a la estación de ferrocarril. Tomaron asiento junto a la ventana y debían estar molestos porque discutían acaloradamente. Entonces llegó la mesera y derramó café sobre ellos. Eso fue suficiente para acabar con la disputa; sin mayores preámbulos ascendieron al cielo, mientras el bombín caía sobre la mesa junto con una moneda. Supongo que la veré nuevamente. No me asusta. De hecho me entusiasma su resolución y oficio. No sé a qué se dedica, pero evidentemente su labor está relacionada con menesteres que no son de este mundo. Bueno, veremos qué pasa un día de éstos. No tengo prisa en hallarla otra vez; llegará como esa primera vez que depositó el beso frío y breve sobre mis labios. Si me ha de poner alas, que sean mayores que las de Minucia y no en color pastel. También le pediré, si es que se presenta la oportunidad, que vayamos al café Nelson, no al de chinos, porque en el Nelson las meseras son más bonitas y discretas, cosa que garantizará que mi ascenso a los cielos no se mastique en boca de cualquier pelagatos.

1 comentario:

Nanim Rekacz dijo...

Desear lo que casi nadie desea...