viernes, 14 de agosto de 2009

Javier lee - Javier O. Trejo


De todas las bibliotecas de su casa eligió la de madera oscura, la de algarrobo. Se sentó en el sillón de leer, prendió la lámpara y desde esa posición, que le permitía alcanzar a varios estantes, hurgó un poco hasta elegir un libro. No lo recordaba bien y al abrirlo descubrió una fecha, la de su cumpleaños número treinta y tres. Javier llevaba más de treinta años comprándose un libro para cada cumpleaños y escribiendo la fecha en él. Pero no recordaba a ese libro. Tapas duras, buena encuadernación, tipos clásicos, papel de buena calidad. El autor: Jorge Luis Benítez. El título: La muerte del lector. Javier lo sopesó, lo abrió más o menos en el medio, hundió su nariz en el papel y sintió el olor de muchos años de un papel de buena calidad. Fue al principio y un gran I en medio de una página presagiaba un capítulo, dio vuelta la hoja y leyó:

Debo advertirle, querido lector, que todos mis lectores han muerto. Es por eso que usted, en este preciso momento, se debate entre la sorpresa, infantil yo diría, de pensar ‘se dirige a mí’ y la sensación de sentirse un poco estúpido, de pensar cómo se va a dirigir justo a mí. Decía entonces que por un lado está la sorpresa y por el otro alguna certeza: ¿acaso no lo piensa?, ¿no se pregunta por qué no se acuerda de este libro?, de este humilde servidor que es el autor. No recuerda porque por un lado todos mis lectores han muerto y, por el otro, obvio ¿no?, dado que a usted, mi querido lector, y cuándo más exacto lo de querido lector, queridísimo yo diría, con precisión, le he adelantado que sólo me queda uno: usted. Decía que usted, mi querido lector, no me ha leído. Hasta ahora; corrijo, no me había leído, porque ahora, transcurridas algunas líneas y muchas comas, me está leyendo. ¡Vaya paradoja entonces! Si ahora me está leyendo, es entonces mi lector y, si es cierto que todos los lectores han muerto, usted, salvo que sea inmune, cosa que yo no creo porque es muy poco probable que uno solo, usted, justo usted, se salve. Entonces, si todos mis lectores han muerto y usted, que ahora lee, es mi lector, debería estar muerto. Perdóneme la sonrisa suave e irónica, pero ese casi sorprenderse suyo por lo que dije me suena un poco forzado y, por favor, deje de mirar a los costados que eso sucede en las novelas baratas. Lisa y llanamente está muerto. Piense un segundo, ¿qué razones puedo tener para mentirle?, un escritor basa todo en la reputación, en la confianza. En la confianza con la que sus lectores suspenden la incredulidad y creen en lo que leen. ¿Por qué cree usted que ha tenido éxito la fantasía científica (abomino del término ciencia ficción)? Por ese supuesto. Bien, ahora tenemos un lugar, un basamento para entendernos, a pesar de que el concepto es inasible. Decíamos pues que usted está muerto. ¿Y ahora de qué se ríe?, ¿quién le dijo a usted que no haber terminado la lectura no signifique estar muerto?

¿Estuvo usted muerto alguna vez? Ni siquiera lo sabe.

Javier decretó que necesitaba un respiro, apenas había leído una página, o menos, y tenía sensaciones encontradas. Pensó que si hubiese habido al menos una pequeña posibilidad de que fuese cierto, de que Benítez hubiese escrito algo verdadero, en aquel momento debería haber muerto o al menos haber estado esperando a la muerte. Dejó el libro por un rato, se fue a buscar un tequila y una barra de chocolate amargo. Lo hacía con frecuencia, para completar el paquete de placeres: la lectura, el sillón, la lámpara, la biblioteca, el silencio. Pero esa vez era porque lo necesitaba. Quitó el señalador de plata y retomó.
Querido lector, por segunda vez debo advertirle que todos mis lectores han muerto. Si la hipótesis en la que decíamos que usted debería estar muerte no fuese válida, y digo esto porque como usted sigue leyendo, bebiendo algo y sentado cómodamente, y tenemos algunos elementos como para creer que no es válida, entonces usted está vivo. Pero, eso de ninguna manera invalida el postulado principal que dice que todos mis lectores han muerto. Dicho esto pasamos a analizar las posibilidades: termina el libro y se muere, ¿suicidio tal vez?, se muere más adelante o sea en cualquier página desde aquí hasta el final, termina de leer el libro, no se muere, sale a la calle y muere atropellado por un auto, opción plena de posibilidades dadas las escandalosas estadísticas que muestran la vocación asesina de los conductores argentinos.
Javier se recostó en el sillón, alejó el vaso vacío y acomodó un almohadón, todo hecho con una mano porque en la otra sostenía el libro usando su dedo índice como señalador. Siguió leyendo.
Espero que a esta altura de la lectura usted haya pensado que al fin y al cabo, morirá. No sabe cuándo, pero la muerte es inevitable. Lo extraordinario del asunto es que la certeza que le traigo es la segunda con respecto a la muerte y muy pocos lo saben, usted es el único, los otros han muerto. Piense que todos ellos conocieron esta nueva certeza.
Javier fue a buscar su cuaderno de notas. Escribió ‘Debo advertirle, querido lector, que todos mis lectores han muerto’. Anotó algunas hipótesis de trabajo, le gustaba lo que estaba leyendo y quería usarlo para alguno de sus cuentos. De repente se le ocurrió que siendo también un escritor era posible que la hipótesis de la muerte de los lectores no fuese válida en su caso: un lector que escribe. Se preguntó si además de sobrevivir no podría terminar de leer el libro y luego usar esas ideas, plagiarlo, o hasta copiarlo como un Menard moderno, dotándolo de otro sentido. Escribió, en su cuaderno, una primera hoja con lo que se acordaba de la lectura. Lo leyó para ver si tenía sentido.
Encontraron el cuerpo recostado en el sillón y sosteniendo el libro sobre su pecho.

La mucama guardó el libro de tapas duras y el cuaderno en el único hueco que había en la biblioteca.

No hay comentarios.: