viernes, 3 de julio de 2009

Relatividad - Francisco López Castro


Dos hombres avanzan lentamente por un húmedo pasillo alumbrado sólo por algunas antorchas. Se detienen ante una de las muchas puertas que hay. Desde las celdas llega el sonido de los lamentos en diferentes intensidades. La mayoría de las celdas fueron excavadas en la roca viva, el resto de la estructura que era menos sólido se encontraba completamente empedrado.
—¡Albert! tu comida —grita el carcelero con voz grave, sosteniendo en una mano un cuenco metálico con sopa aguada con un pan rancio flotando.
El carcelero deja la comida en el suelo alejada unos centímetros de una abertura que tiene la puerta en su base. Una mano huesuda y maltratada aparece por ella tanteando. El carcelero la pisa y se siente un grito lastimoso del otro lado.
—Lo primero y más importante. Revisa sus manos: si las tienen oscuras, están infectados y si no nos damos cuenta a tiempo, estamos muertos. ¿Entiendes?¡Muertos! —sentencia alzando la voz y con un dejo de locura en sus ojos—. Éste está bien.
Libera la mano y con el mismo pie empuja el plato. Del interior de la celda se escucha el roce del recipiente metálico contra la piedra. El aspirante a guardia, lleno de curiosidad, se acerca a mirar por la ventanilla que esta en la puerta a la altura de los ojos.
—Te recomiendo no acercarte mucho, podrías devolver todo el desayuno. Aunque con la mierda que dan acá, no vale la pena conservarlo en el estómago —dice el carcelero con un gesto de asco.
—Jefe, cuénteme entonces, ¿quién es? —dice el joven guardia.
—No sé. Éste es bien extraño. Un día pidió un trozo de tiza, como al mes después me llamó y me dijo que se llamaba Albert, que era descendiente de un tal Einstein o como diablos se pronuncie y que había descubierto algo. Que venía del futuro y necesitaba volver. Qué imbécil.
—¿Del futuro?
—Sí. En este pasillo hay solamente criminales locos. Los de arriba piensan que son espías. Por eso torturaron a todos los malditos. Varios murieron. Los que quedan acá terminaron más locos de lo que estaban.
—Jefe, ¿qué se hace si un prisionero se enferma con peste negra?
—Un par de flechazos. Luego, desde la puerta se ensarta el cadáver con lanzas y se tira por la trampilla en el suelo que se abre con esa cadena a tu derecha, el piso de abajo lo convertimos en una hoguera. Cuando veas uno infectado grita inmediatamente "cerdo a las brasas". Luego, como dijo nuestro maestre, se baña la celda con alcohol y se le prende fuego. Hago un pequeño infierno. Las rocas soportan cualquier cosa.
—Jefe, ¿sabe por qué se hace eso?
—Para matar la puta infección en la celda.
—Que inteligente para ser carcelero...jefe. Debería estar arriba con los que mandan.
—Haces muchas preguntas para ser de los nuevos.
El carcelero sigue adelante solo, cortando en seco la conversación. El joven se queda unos metros atrás y le dice:—Amigo, lo siento, a dormir.
El joven saca un arma y dispara un dardo tranquilizante que deja inconsciente al hombre. Obtiene las llaves de las celdas y libera al preso conocido como Albert. En un dispositivo digital marca unos números. Ambos desaparecen.

Dos hombres avanzan por el pasillo de un hospital. Se detienen frente a la puerta del ascensor y presionan el botón de llamada. Un reloj digital marca la hora y la fecha: 10:45 AM, 22 Julio del 2530.
—Extraño el olor a yodo.
—Estos hospitales son muy diferentes, muy modernos.
—¿Dónde vamos, doctor?
—A visitar a nuestro paciente estrella... el último descendiente de Einstein.

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