miércoles, 17 de junio de 2009

El rotor del mengalope - Max Goldenberg


En el viejo taller de Palermo, Tito Gómez levanta el capó y menea la cabeza. Lorenzo lo mira, preocupado, porque sabe que sabe que no sabe sobre motores ni quiere saberlo. Entonces tiene que hacer de cuenta de que es un experto. Se acerca a Tito, que ahora se muerde el labio inferior mientras sigue moviendo la cabeza.
—¿Y Tito? ¿Es el paso a paso, no?
—Ma que el paso a paso… este auto tiene la rosqueta de tirbulato jodida. Encima para llegar a la puta rosqueta hay que levantar el motor…
Cuando Tito pronunció esa frase, a Lorenzo le corrió un escalofrío por toda la espalda. No tenía ni idea de mecánica pero sabía que “levantar el motor” equivalía a sacrificar las vacaciones y parte del living.
—¿Estás seguro, Tito, de que es la rosqueta? Capaz que si entramos por abajo, llegamos directo sin tocar el… ¿cómo se llama?
—¿El rotor de mengalope? —ayudó Tito.
Lorenzo siempre se preguntaba quién era el que inventaba los nombres a las partes de los autos. Nunca “manguerita” o “tornillito” que era lo que al menos él veía cuando desarmaban los mecánicos sus autos. Seguro que el que decidía las nomenclaturas buscaba a propósito nombres complicados. “Ah… ¿querés saber de autos y motores? Bueno, aprendete los nombres” debe haber pensado el muy turro.
—¡Eso! —exclamó Lorenzo sin tener la menor idea de lo que hablaba—. El rotor de escalope.
—Mengalope, Lorenzo. Mengalope.
—Bueno, es lo mismo Tito. Nos mandamos sin tocar el rotor y le damos a la rosqueta de triunvirato.
—Tirbulato.
—¿Es una rosqueta?
—Sí.
—Listo, Tito. No rompas las bolas. ¿Le damos o no le damos?
Una de las cosas que Lorenzo había aprendido era a hablar en la primera persona del plural con los mecánicos. Unirlos, que se sientan en el mismo grupo que uno. Nada de menosprecio sino todo lo contrario. Dar noción de cofradía. Siempre el plural hace que todo parezca menos difícil solamente porque uno va a estar ahí con el mecánico, codo a codo. Aunque sea para molestar.
—No sé Lorenzo, no sé. Si ponemos el auto en el foso, yo me meto por abajo directo pero si toco el rotor de mengalope se caga la tira de bueye y ahí sí estamos fritos.
—Bueyes
—¿Cómo?
—Digo, o es buey o es bueyes. Pero bueye no puede ser Tito. Pensalo. Además, ¿tira de bueyes? ¿qué carajos es la tira de bueyes?
—Es bueye. La tira de bueye es una manguerita que une el tornillito del retén con el tornillito del otro retén.
—¿Y entonces por qué no le dicen manguerita y listo, Tito?
—Que sé yo Lorenzo. Se llama así. ¿Yo te pregunto por qué te llamás Lorenzo? No. Te digo “Hola, Lorenzo” y listo. Vamos a levantar el motor y dejate de joder. Eso sí, va a estar salado el tema.
—Yo soy hípertenso, Tito. No puedo comer sal. Así que hagamos algo sin sal y no hay problemas. Je je…
El humor siempre fue de la mano con la mecánica general. Lorenzo sabía de ese tema y trataba de ser simpático y entrador con los mecánicos. Ellos eran personas muy raras pero a las que les gustaba el buen humor y la alegría. Tener a mano algunos chascarrillos siempre era una buena idea.
También sabía que no había que demostrar las flaquezas frente a un mecánico porque era la perdición. Si ellos detectaban la mínima vacilación, la duda más leve, el parpadeo oscilante de cualquier ojo, caerían sobre el dueño del automotor como un león hambriento sobre los pobres cervatillos. Había que ser firmes, confundirlos, hacerles creer que se sabía del tema. Que los mecánicos hacían el trabajo sólo porque uno no quería ensuciarse las manos.
—Tito —empezó Lorenzo sin dejar lugar a ninguna injerencia de nadie en el taller—, me parece que si el piterospolum o vale se funde con el danonino puede lograr que el big mac se raspe y haga que el cucurucho bañado no funcione como corresponde. Si levantamos el motor, la rosca de pascua se chicle jirafa y ahí estamos sonados. Lo que yo creo es que hay que agarrar la llave inglesa y darle y darle sin pasar por el cid campeador y mandarse de lleno por abajo para no saturar el parque centenario porque si pasa eso, bueno… estamos al horno con papas nuasét, el rotor de mengalope y la tira de bueye.
El secreto es siempre terminar con algo que el mecánico haya dicho. Envolverlo como sea pero jamás hay que finalizar con cualquier cosa. Siempre, siempre, siempre con algo de verdad.
—Lorenzo —dijo Tito secándose la frente con una franela verde musgo—, no te entendí un carajo. Pero dejame el coche y venilo a buscar mañana a la mañana que de alguna forma lo resolvemos.
Lorenzo saludó a Tito con dos golpecitos en la espalda y salió del taller con una sonrisa en la cara. Paró un taxi y se fue al café del Turco García. De pronto, le había agarrado hambre.

Tomado de: http://max.com.ar/
[texto bajo licencia Safe Creative / todos los derechos reservados]

6 comentarios:

Ogui dijo...

Estamos todos igual... Muy bueno. Ahora, el mengalope allá, será lo mismo que el mangalofio por estos pagos, no? A mí me hace criciccri... será?

Daniel Frini dijo...

estupendo.
me chifla el choroto de baja,

Sergio Gaut vel Hartman dijo...

A mi me parece que tanto ustedes dos como el autor están completamente equivocados. Lo que engarufa los chortos y los gorompos es el jitón del pulibrio. Nunca, oigan, nunca se debe enchalustrar el mangalope antes de saquitarlo por lo menos trece veces. Y no den consejos si no saben. ¿O se creen que un doctorado en Jarbar puede más que treinta horas semanales en La Paz?

Daniel Frini dijo...

Sí, pero más de trece veces es paja.

Sergio Gaut vel Hartman dijo...

Hubo uno que saquitó catorce veces el mangalope y tuvieron que sacarle el trogolón con una furidonza de tragapurbios, tenés razón. Pero ¿paja? ¿Te referís a la sacudicia de manfutas groñas? No sabía.

Daniel Frini dijo...

Bueno sí, algunos se atrogofian la mangaposta viendo revistas con soratundas en pelotas, de esas que tienen dos pares de payanduras asi redondas y grandes, otros viendo pelis lotromofias donde las parejas se dan sometrulos dale que dale, o en los cines de Lavalle. No hay que sacudir el sotromoto al cuete.