martes, 12 de mayo de 2009

Drummer 10 - Héctor Ranea


Desde tan cerca como estaba Syd de Júpiter, era evidente que algo estaba en camino. Por todos lados la atmósfera emanaba chorros de gases, que desde Tierra serían invisibles por su enrarecimiento, relativa pequeñez y falta de contraste con la superficie brillante del planeta. Seguramente las máquinas ya estaban transmitiendo toda esta información a las Agencias más desarrolladas tecnológicamente, pero ésta era una ocasión única. Drummer se había convertido el primer humano en tomar tanto contacto con Júpiter como fuera posible. Syd, una vez ubicado en lo que parecía el punto estable de la órbita, desconectó el conversor energético para continuar tocando la batería sin acelerar. Los instrumentos y cálculos aseguraban que todo lo que se había previsto estaba por ocurrir en un abrir y cerrar de ojos.
Drummer se decidió a esperar. A lo largo de este enorme viaje había sabido esperar. Nada podría ser tan moroso para él como para disturbarlo. El viaje a lo largo de 4 Unidades Astronómicas lo había hecho paciente. Se cercioró de varias cosas. La primera, que todos los instrumentos estaban funcionando correctamente. En esta posición, entre Tierra y él mediaban 6 Unidades Astronómicas, lo que significaba que en menos de una hora en Tierra podían verificar la recepción de las señales que emitían los instrumentos de la Rosaura. En el doble de ese tiempo le confirmaron que todo lo que él había sido dejado para esos ojos, había sido aceptado. Se imaginaba que en algún lugar, alguien estaría pensando en él. Todos los suicidas piensan eso en el momento de tomar la última decisión.
En menos de lo que es posible narrar esto, en la gran mancha roja se produjo un temblor que sólo pudo ver Syd. El navegante comunicó eso a Tierra pero, antes de que llegase la información a la base, todo el planeta tenía la superficie convulsionada: las conocidas bandas, las manchas tropicales, las tormentas, entraban todas en temblores similares a cuando una ola pasa bajo una nave. Se estiraban, se angostaban. Era visible sin prestar demasiada atención a detalles, que un par de olas de más de diez kilómetros de amplitud viajaban en la parte exterior de la atmósfera de Júpiter. En cada franja se podían ver olas similares que viajaban a diferentes velocidades. Pronto -según los cálculos ocurrirían en menos de una hora- todas las olas terminarían por sincronizarse. Entonces, si eran certeras las predicciones de cómo era la orografía del núcleo sólido, toda la masa de la atmósfera produciría una ola fantasma de una amplitud tan grande que, al romper, proyectaría una cantidad de materia al espacio equivalente a varias masas de la Tierra.
En efecto, si la superficie, como era altamente probable, tuviera una ligera rugosidad periódica, producto normal de un sistema de placas prácticamente sin perturbar, esto haría que se amplificara la ola y se convirtiera en un tsunami inusualmente gigante. Y Syd estaba ahí para narrarlo. Para eliminar la tensión de la espera, tocaba siguiendo a Mason de la suite de Atom Heart Mother.
Las predicciones fueron comprobadas ciertas. Júpiter pareció estallar y sus brillantes gases produjeron una nube, una niebla densa, que en breve -ésa sí- fue detectada desde Tierra; pero la gran masa expulsada tuvo también su parte sórdida, porque en forma de un paquete enorme golpeó a la Rosaura, diez horas después de haber llegado, lanzándola al garete, destruyendo, entre otras cosas, toda posible propulsión.
Luego de reponerse del impacto, Syd comunicó, sin esperanza de que llegase nada a Tierra (sólo fue capaz de anticipar la colisión, con casi ningún detalle gritándolo como un gol) que en ese instante activaba la cápsula con veneno para terminar ahí la miserable existencia que le tocaría por viajar en el espacio, ya sin rumbo. Lamentablemente, el casco especial no había resultado indemne y el sistema automático de suicidio estaba fuera de servicio. Entonces el piloto reacomodó como pudo la batería, colocó a Batuque en posición de ataque y comenzó a tocar, como Lake, como Manson, como todos, hasta que le alcanzara la provisión de oxígeno.
Esporádicamente llegan a Tierra sonidos reconocibles desde la Rosaura. Syd sigue vivo, pero ni el tiro del final se le pudo dar.

Ilustración: Fragmento de Butantã. Héctor Ranea

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