domingo, 1 de febrero de 2009

Peticiones - Christian Lisboa


La secretaria era gigante. Tenía la energía de diez supernovas, pero la usaba sólo cuando estaba de buen genio, lo que no era frecuente. Era la quinta vez que intentaba interrumpir a su jefe.
Dios estaba concentrado en la sincronización mecánica de dos galaxias en forma de espiral. Por supuesto, había comenzado por los centros, ajustando la energía de los agujeros negros. Luego, se presentaron tremendas complicaciones en las regiones de materia oscura. Tres supernovas superaron la energía límite, pero se trataba de zonas nuevas, en las cuales no comenzaba aún la interacción molecular. Las pérdidas no fueron graves. (Y ahora, ¿qué quiere esta señorita? Ya es la sexta vez que viene a interrumpirme).
 Abrió la entrada a su despacho, un espacio de energía sólida de dos pársec de ancho. Casiopea, la secretaria, entró flotando con suaves movimientos femeninos.
—Señor, los del imperio galáctico insisten en pedir su respuesta al pedido de uno de sus habitantes, elegido al azar entre cuatrocientos veintitrés planetas.
—Estoy trabajando en algo complicado. ¿No se dio cuenta?
—Sí, señor. No ha comido en tres mil años.
—Y esta gente, ¿para qué quieren esa respuesta con tanta urgencia?
—No lo sé, señor. Pero creo que es bueno mantener la relación con ellos en un nivel diplomático.
—¿Me puede leer las peticiones de ese señor, habitante de no sé donde?
—De inmediato, señor.
 La pantalla enfrente a ellos desplegó el petitorio de Abelardo Pío, el ciudadano elegido entre un billón y medio de súbditos del imperio de la “Galaxia de la leche derramada”. En un inmenso mapa estelar, un punto apenas perceptible señaló el sistema solar al cual pertenecía el planeta en el cual habitaba Pío. Dios frunció el ceño mientras leía en voz alta, dirigiéndose a Casiopea:
“Te ruego que mejores el clima”. 
—Este señor, ¿no sabe que el clima de cada planeta está regulado por su ecosistema, y que lo mejor que puede hacer es adaptarse? ¿Cuál es la siguiente? 
“Te ruego que mejores el genio de mi esposa”. 
—¿Qué quiere decir con eso? ¿Quiere que ella sea más dócil, o más agresiva, o más independiente, qué desea realmente? Escriba allí que se preocupe de su propio genio, antes que de intentar cambiar el de las demás personas.
“Te ruego me ayudes a encontrar un trabajo”. 
—¿Usted cree que este señor podría ayudarnos en algo aquí? ¿Por qué no se dirige a una agencia de empleos, o a las autoridades de su comunidad? ¿Cómo podríamos ayudarle? Espero que no tenga más peticiones tan absurdas como éstas.
—No, señor. Es todo.
—Responda al “Imperio Galáctico” que se preocupe de la educación de sus habitantes. Si todos ellos viven pidiendo a seres superiores, que ni siquiera saben si existen, lo que deben hacer por sí mismos, sus países y sus planetas se convertirán en un desastre, y terminarán culpando a sus vecinos, al destino, a la mala suerte. Llegarán a la violencia, harán la guerra y se autodestruirán. Use comunicación rápida. No se preocupe del gasto de energía.
—Señor, esa respuesta demorará en llegar dos mil quinientos años. Es lo más rápido, usando el distorsionador del campo electromagnético. Ese señor estará muerto mucho antes.
—Ese señor ya está muerto, hace cuatro mil años. La respuesta es para el Imperio, el que espero habrá cambiado un poco durante esos dos mil quinientos años.
—Sí, señor. De inmediato, señor.


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