domingo, 1 de febrero de 2009

Dioses enfermos - Héctor Ranea


Es realmente enfrentando mi mayor disgusto que debo narrar la enfermedad de los dioses. Yo, el poeta de la corte de los dioses, Anaximeo del Druxoponeso, conocido en el Pelokoponeso como Aximeón el bardo, hijo de la musa Mnesis y el mortal Milicronos, hijo a su vez de un cazador furtivo, Eximeón el rápido de flechas, debo retratar a mi modo por mandato de Zeus, esta horrible enfermedad que nos toca vivir a los dioses, ninfas y ninfos, como yo.
Zeus me envió a mí con esta tarea porque ya Hércules había terminado de arrancarse la piel envenenada y, sin antídoto ni suero, reventó como un sapo a la parrilla. O sea que deberá ser en ditirambos (N del T: se traducen los ditirambos a prosa, al estilo del Maestro Conrado Barroco Ensido) que narre de los dioses la peste que los aqueja y que ha muertes provocado entre sus inmortales fraternos colegas. De mí no supe hasta que había cagado las primeras perlas que padecía de la enfermedad sus primeros terribles acongojantes síntomas.
Nadie, ni el omnisciente Zeus ni todos los otros dioses omniscientes, sabían de la enfermedad su origen, porque negáronse siempre a leer los para la materia fundamentales libros de Pasteur y los otros microbiólogos, que sabían más que los dioses sobre bacterias afectadoras del intestinal aparato, de dioses también.
Perlas cagué —como ya dije— pero peor fueron las diarreas de alabastro de la fuerte Diana; del musculoso Vulcano los abdominales fuegos yo canto, para los dioses canto, para los hombres. De la áurea vagina de Juno un tonel de rodocrosita emana, mientras ella al cielo clama por semejante pétreo parto. De más está deciros que la hermosura de Afrodite (Venus estaba esos días severamente indispuesta) no se vio empalidecida por la secreción fecal semejante a una atmósfera joviana que hoy se conoce en la Tierra como mármol griego, con vetas amarillas y róseas manchas por doquier pintadas.
Ni quisiera un mortal saber de las vicisitudes por las que un servidor pasó o las manchas azules en el rostro del mismísimo Zeus tonante apurado como estaba para lanzar las peores diarreas de truenos y relámpagos que pondrían a las nubes divino fuego, lo que sería verdadera mierda celestial.
Como poeta y ninfo, acá declaro que si en esta mazmorra yago estoy en ella por haber presenciado cosas que ningún hombre había presenciado hasta ahora y que jamás presenciará.
No les aconsejo a los poetas que a los dioses se acerquen ya que si por pura casualidad una epidemia se desata, obligaránlo a ser testigo para castigarlo luego con la más horrenda prisión. Aunque a veces esto se morigera, pues al lecho me traen alguna ninfa perdida, necesitada de sonetos y otras vilezas. 

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