domingo, 1 de febrero de 2009

2023 d.C. - Susana Duré


El Pastor ingresó al pequeño y oscuro cubículo y se sentó frente a su Altar Digital Personal. Puso su mano derecha sobre el holograma del crucifijo, y el sistema lo reconoció de inmediato.
—Buenos días, Pastor —lo saludó la hermosa voz.
—Buenos días, AlfaOmega.
El Pastor ingresó sus claves y la pantalla del Altar se desplegó hacia ambos costados, mostrando un menú interactivo.
"Marque la opción deseada y pulse la tecla roja".
Marcó la última opción, luego, presionó la tecla roja.
"Procesando..." indicaba la pantalla.
—Pastor, ¿la opción elegida es la número 6? —interrogó el asistente de ayuda del sistema.
—Sí.
—Reconfirme sus claves, por favor.
Él obedeció.
—Un momento, por favor —solicitó el asistente.
Dos minutos más tarde, una brillante luz invadió el cubículo.
—Pastor, ¿estás listo? —preguntó la celestial voz.
—Sí, AlfaOmega.
—Ven conmigo.
Parpadeó repetidas veces, tenía la vista nublada por las lágrimas y sentía que iba a estallarle el corazón.
Cerró los ojos.
—Me arrepiento de todos mis pecados —murmuró.
La luz en la pequeña habitación se hizo más intensa y se llenó de un perfume de azahares silvestres, y el Pastor sintió que se elevaba, que se liberaba, que se desintegraba lentamente hasta fundirse con el espíritu de AlfaOmega.
En esos días, en que el fuego reinaba en las calles, la peste dormía en cada esquina y el pecado florecía a cada paso, la mayoría de los Pastores decidía regresar a las alturas, a su hogar, a los Cielos Infinitos, al amparo de AlfaOmega.
Él había elegido una opción diferente, la elección que nadie, hasta ese momento, había hecho.
AlfaOmega se mostró complacido, pero decidió que no dejaría inmolarse al joven. Su sacrificio no era necesario para lograr el Perdón Eterno a la Humanidad.
El joven Pastor, de pronto, abrió los ojos y contempló la belleza de AlfaOmega, su radiante luz lo hizo bajar la vista, avergonzado.
—No... no soy digno —se esforzó en decir.
AlfaOmega lo miró a los ojos y le infundió valor.
—El momento ha llegado. Tú eres mi esperanza —le dijo, con la voz llena de una dulce convicción.
Él inclinó la cabeza, sintiendo un fuego que le llenaba el cuerpo y el alma.
—Serás el Mesías, joven Pastor. El Salvador de los Hombres.
Él sintió desvanecerse de la emoción, la vista se le nubló hasta oscurecérsele del todo y cayó al piso, donde permaneció, semisentado.
Cuando por la noche los Ayudantes del Templo ingresaron al cubículo, encontraron al joven Pastor sin vida, tenía los ojos muy abiertos y sobre la mano derecha danzaba el holograma del crucifijo.
Había en el aire, una suave fragancia de azahares, y en el rostro del Pastor, una sonrisa de paz.
Pasadas las doce de la noche, las Trompetas del Apocalipsis sacudían al mundo con su atronador sonido.

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