martes, 27 de enero de 2009

Vecinos - Sergio Gaut vel Hartman


El ascensor del edificio en el que vivo suele operar con independencia de la voluntad humana. Mi intención era descender, pero él se mueve por su cuenta hasta el noveno piso; un ascensor con personalidad. Lo curioso es que nadie parece estar esperándolo. Abro la puerta, asomo la cabeza y me sobresalto cuando mi visión periférica capta un desplazamiento fugaz. Giro la cabeza y veo que una cucaracha del tamaño de un puño se ha colado en la caja. Levanto el pie instintivamente, sin medir las consecuencias y estoy listo para descargar el pisotón cuando una voz más profunda que la de un bajo ruso me detiene.
—¡Ni se le ocurra!
—¿Qué?
—Retire el pie. Me trastorna.
—¿Es posible que...? —Retrocedo; apoyo la espalda contra la pared del ascensor—. ¿Gre-gregorio?
—Con usted son cien que me confunden. No, no soy Samsa, soy Federico López. Ese es un caso famoso, pero hay muchísimas metamorfosis más.
—Ah —digo. Es lo más inteligente que se me ocurre.
—Vamos, pulse “planta baja”. ¿Qué espera? Nos van a llamar del piso veinte y no tengo tiempo para hacer turismo. Si llego tarde al trabajo me despiden…

3 comentarios:

Nanim Rekacz dijo...

Ahora entendés por qué el ascensor parece tener vida propia.

Olga A. de Linares dijo...

¡Muy bueno!

Gi dijo...

"—Ah —digo. Es lo más inteligente que se me ocurre." es perfectamente ácido.