domingo, 4 de enero de 2009

Umbral - Mónica Sánchez Escuer


A Ricardo Bernal

Fue ahí, en el quicio de tu puerta donde se atoraron todas mis huidas. Ahí me encontraste hace meses recogiendo unas monedas, un espejo, las llaves que te robé, el retrato de mi madre y mis ganas de escapar regadas en el piso: el último de mis intentos, como mi bolso, se me había caído en el umbral.
Al día siguiente, lo recuerdo bien, compraste un gran espantapájaros y lo colgaste del techo, muy cerca de la puerta: para que no entren los malos sueños que te revuelven la cabeza, me dijiste. Pero no, esos ya estaban dentro y tú lo sabías.
Nunca supe por qué, pero ese día me empezaste a acariciar distinto, con las manos abiertas como quien roza una divinidad y no se atreve a despertarla. Semanas después llegaste a decirme que no querías manchar mi carne con los líquidos turbios de tu cuerpo y me tendiste en otra cama. No me necesitabas más que para adorarme, como se adora a una virgen de ojos tristes: a distancia, con piedad y compasión.
Desde ese día me ausenté sin marcharme. Había logrado burlar al espantajo colgado del techo que no consiguió asustar ni uno sólo de mis pájaros. No te veía ni te escuchaba, sólo sonreía de vez en cuando para que no sospecharas.
Tú no lo sabías, pero yo no estaba ya cuando martillabas los clavos sueltos de la repisa, y del tablón más alto, te cayó encima mi gran elefante de la suerte. No te escuché pedirme ayuda desde el charco de tu sangre y tampoco vi el último movimiento de tus ojos maldiciéndome.
Yo ya estaba lejos, muy lejos, cuando mi cuerpo atravesó por fin el umbral de tu casa y salió a buscarme.

Tomado de: http://monicaescuer.blogspot.com/

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