sábado, 3 de enero de 2009

Caminos - Ramiro Sanchiz


Ese verano llegaron temprano a la casa del balneario, antes de las fiestas y de los primeros días de calor insoportable. Habían ido sin sus padres, que tenían otros planes, desconocidos para ellos y también irrelevantes. Se turnaban para atender la casa, buscar leña en el monte cercano, ir en el auto a hacer las compras día por medio y barajar maneras de entretenerse de regreso de la playa y en las largas horas de la noche, cuando no valía la pena dormir. Pasaron los días y las amplias tardes pobladas de ecos: han ido perdiendo todo interés en las fechas y el mundo exterior a la pequeña casa, los médanos de la playa y los amplios caminos desolados. Una noche descubren una larga fila de gente pasando frente a su casa. Un poco asombrados los miran, inmóviles como en la cola de un supermercado o en un embotellamiento de tránsito, y si han deseado hablarles, preguntarles qué hacían allí o a dónde iban, ninguno de los hermanos lo ha hecho o comunicado ese deseo al otro. Así, noche tras noche, mientras acelera su paso el verano, miran pasar la procesión que crece, que se alarga, siempre las caras anónimas y silentes, el avance indiscernible. Una noche la hermana se pierde entre la gente; regresa al otro día, entrada la mañana. Todas las noches repite la misma rutina, llegando a veces más tarde, pasado el mediodía, a veces poco después de la salida del sol. Jamás cuenta ella dónde estuvo o qué vio o a dónde o quién tiende la fila misteriosa. Su hermano tampoco lo pregunta, aunque es fácil entender que se muere por saberlo. La gente que permanece de pie nunca es la misma, pero tampoco no se los ve moverse, aunque en ocasiones al revisar pasada una o dos horas el hermano, que no logra apagar su curiosidad, constata que los rostros han cambiado. Un día la hermana no regresa. Ni ese día ni el día siguiente. El hermano la llama a gritos desde el porche, sin éxito. El verano empieza a desintegrarse, los pinos se mecen en el viento cargado de espuma helada. La gente persiste, días y noches, bajo la lluvia, bajo la nieve inexplicable. Y a toda hora llama el hermano a su hermana, sin respuesta alguna, hasta que una noche, cerca del corazón del invierno, sale de su casa pasadas las doce y toma su lugar entre la gente. 

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