jueves, 25 de diciembre de 2008

Renacer - Lorena Scigliano


Katerina yacía tendida en la arena. Un par de horas antes pensaba que había llegado su fin. Poco recordaba del desastre de la noche anterior; del barco no había podido rescatar más que su propia vida.
Después de recuperar las fuerzas se incorporó. El paisaje era una hermosa postal desierta. Perder la calma ante la soledad no era buena idea; se sentó en la arena y dejó caer la cabeza sobre el pecho. Cuando alzó la vista su asombro fue incomparable. Vio un ave, la más hermosa que pudiera existir, sobre una roca. Púrpura, rojo, oro... componían un arco iris entre sus plumas. La hermosura misma se erguía frente a la tristeza.
El ave la miró, desplegó sus alas y remontó vuelo. Un extraño alivio invadió a Katerina.
El ave descendió sobre las rocas y allí permaneció hasta el atardecer, como si no quisiera abandonarla. Con la luz del ocaso los colores se intensificaron, brillaban, parecía una llamarada en las rocas.
—¡Allí! ¡Allí hay alguien! —escuchó Katerina; unos hombres se le acercaron.
—¿Quiénes son ustedes?
—No se asuste, no la vamos a dañar. Vimos el fuego desde nuestra embarcación.
—¿Fuego?
—Si, el que hizo sobre la roca… si no la hubiéramos visto, señorita… ¡mal la hubiese pasado en esta isla desierta!
Katerina miraba sin entender. Vacilante, se acercó a las piedras; encontró cenizas y entre ellas un pequeño huevo que comenzaba a romperse. Los hombres la llamaban, ansiosos de volver al barco antes de que oscureciera. Fue hacia el bote; agradecida, supo que ella también había vuelto a nacer.

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